Tribuna

Burgos, tierra de la luz equinoccial

Qué suerte que Burgos aún conserve algo de esas trazas de los Colonia, un clan no suficientemente ponderado que llegó a Castilla para fabricar milagros

Si la catedral de Burgos conservara la estructura que el arquitecto Juan de Colonia le dio en el siglo XV, todavía podría disfrutarse de un singular «milagro de la luz» en su capilla de la Concepción. El prodigio consistía en practicar un óculo o ventanuco en una pared orientada al suroeste para dejar que un rayo de Sol, siempre en los equinoccios de primavera y otoño, iluminase una escena vinculada con la Anunciación de la Virgen. Fue aquella una innovación de lo más efectista, y algo, por cierto, extrañamente común en tierras burgalesas. Si hacia el 24 de marzo un rayo de Sol -como metáfora perfecta de lo divino- rozaba el vientre de una Virgen de piedra o de madera, el 24 de diciembre, nueve meses más tarde, alumbraría al Mesías. El cura lo usaría para predicar y la parroquia se estremecería ante tan prodigiosa alineación. De ese modo, un simple rayo de luz se convertía en el mejor marcador imaginable del tiempo litúrgico.

Cerca de Burgos, en San Juan de Ortega, uno de esos «milagros» lleva siglos repitiéndose sobre un capitel con el arcángel Gabriel y Nuestra Señora como protagonistas. No lejos de allí, el párroco de Briviesca se dio cuenta hace cinco años de que un fenómeno idéntico se producía también sobre su púlpito. Y ahora, tras un reciente estudio publicado por el Boletín de la Institución Fernán González, no solo se ha confirmado que la muy solemne catedral de Burgos albergó otro diseño idéntico, sino que ha puesto nombre a los creadores de estos «efectos especiales».

Según las conclusiones de un equipo de integrado por Ezequiel Usón, José Antonio Gárate, Víctor Jørgensen y Eva Espuny, la idea de alinear iglesias a equinoccios partió del denominado «taller de los Colonia». Impulsado en primera instancia por el mencionado Juan de Colonia (ca. 1410-1479), el clan «firmó» algunas de sus mejores obras con esas orientaciones. No es un misterio menor cómo recaló en Burgos un maestro como él. La tradición sugiere que llegó de la mano del obispo Alonso de Cartagena, a su regreso del Concilio de Basilea. Aquella reunión cambió la historia del humanismo y se celebró entre esa ciudad, Florencia y Ferrara, con los Médici como impulsores, para unificar las iglesias ortodoxas y la católica. Por allí circularon los textos olvidados de Platón, se fraguó su primera traducción al latín y se puso en marcha la filosofía renacentista. Si Juan de Colonia emergió de semejante magma intelectual, a Burgos no arribó un arquitecto más, sino uno de los ideólogos del cambio de paradigma que vivió Europa en el quattrocento.

Pero en esta historia existe otro misterio (cósmico) en el que resulta imposible no detenerse. El apellido del ideólogo de los «milagros de la luz» apunta a que su origen fue la ciudad alemana con la catedral más alta del mundo –sus 157 metros dejaron atrás incluso a la Gran Pirámide. Hoy es célebre porque custodia uno de los mayores relicarios de la cristiandad: el triple sarcófago de plata en el que reposan los supuestos restos de los Reyes Magos. Pues bien, en la catedral de Burgos se conserva una tumba contemporánea a Juan de Colonia en la que se los representa siguiendo a su estrella. Nada raro. Pero bajo el relieve, un texto da cuenta de que ahí descansan los restos mortales de Lesmes de Astudillo, hijo de Pedro, que «faría a su costa vna capilla de hierro rejada para que los peregrinos que viniesen a visitar estos santos cuerpos de los Reyes podiessen yr alrededor de su sepultura» …¡en Colonia!

Al parecer, Pedro y Lesmes pagaron la rejería alemana que hoy protege a los Reyes Magos, al tiempo que Juan de Colonia rehacía la catedral burgalesa al estilo flamígero. Es difícil no intuir un vínculo entre ambas historias, e imposible no dejarse llevar por la fantasía de que los «milagros de la luz» que impulsó la familia Colonia no fueran un discreto homenaje a la luz de la estrella que guio a los magos de Oriente.

En estos días de equinoccio, el viejo óculo de la capilla de la Concepción de Burgos debería de haber iluminado ya una sección del espléndido retablo de Gil de Siloé que la decora. Por desgracia, su «mecanismo» dejó de funcionar cuando, en el siglo XVIII, se levantó la adyacente capilla de santa Tecla y se obstruyó el agujero que Juan había orientado al sol de mediodía. Según los cálculos realizados ahora con un software de simulación solar, lo que tendría que haberse alumbrado en el retablo es la escena en la que san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen, se abrazan frente a la Puerta Dorada de Jerusalén. Se trata de una imagen sacada de los apócrifos. Un relato que, según estos, precedió a la milagrosa concepción de María en el vientre de Ana, y que el arquitecto subrayó guiando un rayo de Sol hacia ella. Se trata, claro, de otra fecundación divina por la luz de Dios; una esculpida sobre el árbol de Jesé que simbolizaba la genealogía de Jesús y que, en el siglo XV, debió de admirarse con devoción. Con la iglesia oscurecida, sin la claridad eléctrica de hoy, ese rayo obstruido fue la máxima expresión de una «teología de la luz» ya olvidada.

Qué suerte que Burgos aún conserve algo de esas trazas de los Colonia, un clan no suficientemente ponderado que llegó a Castilla para fabricar milagros.