Aquí estamos de paso

Colgado por los pies

Abascal parece empeñado en desactivar el necesario debate sobre las infames concesiones al independentismo

De pequeño me gustaba hacer el pino. Apoyaba los talones en la pared y dejaba que la sangre fluyera hasta sentir en la cabeza la blanda pesadez de la congestión. Un día te vas a quedar tieso con tanto bajar la sangre al cerebro, me decía mi madre. ¿No ves que es muy malo? completaba, como apelando a una conciencia de riesgo de la que el niño carecía por completo. La sensación era placentera. Tanto, que a menudo me mantenía contra la pared hasta que los brazos empezaban a dolerme. Hoy leo a más de un bienhechor de la salud loar esas inversiones corporales por lo mucho y bien que activan la circulación sanguínea.

Quizá lo que le pasaba a mi madre es que al verme así recordara otra inversión, esta forzada, violenta, de tormento, que vivió cuando de niña supo lo que los regulares habían hecho con su padre durante la brutal represión de la revolución del 34. Los moros, como entonces se les conocía, fueron los encargados en las cuencas mineras asturianas de la respuesta al levantamiento contra la República en octubre del 34. A su padre lo torturaron colgándolo por los pies. Como a muchos otros.

Me he acordado de aquel episodio mil veces narrado en casa, cuando he visto y escuchado, atónito, al demediado líder político Santiago Abascal poner ante todos nosotros la imagen de un Pedro Sánchez colgado por los pies por la ira de un pueblo harto de su forma de hacer política. No lo podía creer. Se lo imagina –y entiendo que esa ensoñación está bastante conectada a sus deseos– como vimos a Mussolini tras ser ejecutado por los partisanos o como a aquellos hombres que se rebelaron contra la República, asaltaron con violencia insólita la pacífica capital Asturiana y sufrieron la durísima represión de cuya dirección se encargó al General Franco. Colgados por los pies.

Hoy, casi 90 años después, resucita esa estampa un líder político para mentar a su adversario. A un jefe de gobierno que, nos guste o no –y a este escribiente no le agrada en demasía como resulta obvio para quien siga estas columnas– es el que ha elegido la mayoría de un parlamento que ha salido de unas elecciones generales. Colgado por los pies. No se me ocurre una indignidad política y hasta personal mayor para referirse a un líder político que crear en nuestra imaginación esa estampa de dolorosa indefensión. Y eso es lo que ha hecho Abascal. Empeñado, parece, en cobrar protagonismo a cualquier precio, aunque sea el de desactivar el necesario debate ahora en este país sobre las infames concesiones al independentismo.

Esas concesiones, por cierto, que ayer dejaron claro sus portavoces que ni son suficientes, ni traerán el final del problema puesto que van a seguir trabajando por su independencia.

España necesita un debate serio, una oposición comprometida y compacta que pueda parar una gestión política orientada por intereses particulares. Una oposición que argumente, discuta y proponga frente a un gobierno cuya legitimidad no ha de cuestionarse, pero cuya acción necesita combate político abierto y alternativa inteligente, no imágenes de un pasado represor o de una historia de Europa que, aunque vieja y decadente, ya superó aquello de colgar a la gente por los pies.