Cristina López Schlichting
2018 y la paz
En los pocos días que llevamos de año me han preguntado media docena de veces qué pido al 2018 y me he descubierto soñando lo mismo que mis abuelos: paz. Señal de que he madurado y estoy pelín menos imbécil. Mi generación no ha conocido la guerra, nacimos bien pasados los rescoldos de la tremenda matanza civil, en el tardo franquismo, y al menos en Europa Occidental, nada mancilló nuestra paz continental de más de 50 años. Qué verdad es que uno no agradece lo que se le da gratuitamente. Hemos creído que esto era lo normal, cuando lo único normal es que los hombres se acuchillen unos a otros como vienen haciéndolo por toda la Historia.
Nos desconcertó la Guerra de Los Balcanes. Ver Liubliana, Belgrado o Sarajevo a tiros nos dejó perplejos, pero lo atribuímos a los restos de la barbarie comunista y al caos secular centroeuropeo. Por lo demás, la guerra siempre era lejos. La hubo en Vietnam y Camboya; en Tierra Santa; en Irak dos veces; en los Grandes Lagos y en Chechenia y Osetia, en muchos puntos de África. Eso nos ratificaba en la estúpida convicción de que la guerra es eso que hacen «otros».
Recuerdo mi desconcierto cuando regresaba de Albania o Belgrado y ETA volvía a matar, porque la percepción de la crueldad de los terroristas y su ruptura del «contrato social» se me hacía muy dolorosa. Venía de ver cadáveres, sortear toques de queda y percibir que en las cunetas de Valona o Tirana tu vida vale una mierda, y de repente me topaba con el filo asesino aquí, en mi tierra. El mordisco de los que querían «balcanizar» España y destrozar las seguridades cuidadosamente enraizadas en el continente por nuestros abuelos tras la contienda mundial. Me dolía entonces como en carne viva cada asesinato, con una vivacidad y un escozor excepcionales. Porque me hacían temer no sólo la muerte, sino la destrucción de las convenciones y los respetos que yo había echado de menos en lugares destrozados.
Como a muchos periodistas me ha tocado pelear con el olor a queso podrido de los muertos, narrar conflictos irresolubles y constatar que la guerra es una fiel compañía de la humanidad. Tras recorrer tantos países se me ha hecho evidente lo difícil que es la paz y lo muy sencillamente que los hombres se enfrentan entre sí. De cada partido surgen facciones, de cada comunidad autónoma, rencillas; entre pueblos y ciudades, litigios. Por cada hombre que une, hay diez que destruyen.
Durante años, a la pregunta sobre los deseos en Nochevieja, había respondido con anhelos para el bienestar de mis hijos y mi familia, mejoras laborales o consideraciones de todo tipo. Ahora, por fin, he pedido paz. Porque la paz no sólo custodia el presente (la vida, la prosperidad, la sociedad) sino que presupone una urdimbre de decencia, respeto, ley y civilización que resulta imponente y milagrosa. Qué delicada y qué preciosa la paz de España. Ojalá la disfrutase el mundo entero. Feliz 2018 en Paz.
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