PSOE

¿71 diputados?

La Razón
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Cada día parece más obvio que Podemos se ha instalado en el oportunismo y en la política del esperpento. El último episodio es la ausencia de sus dos principales dirigentes, el Sr. Pablo Iglesias y el Sr. Íñigo Errejón, en los actos institucionales del día de la Constitución.

Podrán esgrimir argumentos como que la Constitución necesita «reformas que la ensanchen», pero todos sabemos que son excusas. Lo que hay de fondo es el desprecio por el proceso constituyente de manera permanente. Los podemitas han construido un relato tan negativo como injusto sobre la Transición y su consenso más importante: la Constitución de 1978.

Ignorar que la Carta Magna es un ejemplo de transición pacífica y de reconciliación nacional, que nos dotó de un Estado social y democrático casi federal, es un error y una injusticia con nuestra historia inmediata. La Transición abrió la puerta a un nuevo tiempo en el que los españoles ya no somos ciudadanos de segunda clase en una Europa próspera en libertades y derechos; la Constitución nos dio billete en primera, ha modernizado el país. Así, por ejemplo, la renta per cápita se ha multiplicado por 11 y, gracias a ella, hemos dado un salto de gigante en derechos civiles y sociales.

La decisión del desplante en los actos de celebración rezuma oportunismo por todos los poros. Sin embargo, hace un año, cuando aún Podemos no tenía representación parlamentaria, sí acudieron a los actos de celebración en el Congreso, incluso pelearon por ocupar la primera fila, frente al Sr. Jesús Posada, ex presidente de las Cortes. Lo único que ha cambiado en un año es que por aquellas fechas estábamos en plena campaña electoral y ahora no.

Que queden demasiadas injusticias con las que acabar, muchos problemas por resolver y avances pendientes, no justifica la demolición total de las instituciones democráticas que han hecho el camino. Por otro lado, tampoco han aclarado nunca los dirigentes podemitas qué modelo de constitución hubiesen hecho ellos. Quizá hubiesen tomado como referencia la Constitución cubana o la venezolana y, quizá, también, prefieran sus instituciones a las españolas, pero parece que la sociedad española no quiere cambiarse por ninguna de ellas.

La parte esperpéntica la encarna el desaprovechamiento de sus 71 diputados por la incapacidad política de sus dirigentes. Sin duda, el Sr. Iglesias era mejor tertuliano que representante de los ciudadanos.

Esta falta de visión, o de interés, sobre el alcance del buen trabajo parlamentario se pone de manifiesto contraponiendo el papel prácticamente «outsider» podemita con el acuerdo al que ha forzado el PSOE al Gobierno para subir el salario mínimo interprofesional un 8%.

El Sr. Iglesias podría haberse sumado a esta negociación que va a mejorar la vida de mucha gente, pero prefiere seguir esperando a que un día llegue el paraíso. También es muy posible que critique al Partido Socialista, que considere que es insuficiente la subida, o incluso le acuse de «venderse por migajas».

No sería la primera vez que sus mentores y correligionarios atacan con semejantes argumentos a la socialdemocracia. Ningún avance ha sido suficiente para ellos; sin embargo, lo que no reconocen es que sin esas conquistas, esperando eternamente la llegada de su utopía, sin hacer nada en este, la vida de los ciudadanos sería más gris y marchita.

Los socialistas respetamos las instituciones y las leyes porque son el único patrimonio del que no tiene otra cosa, el escudo protector de los derechos y libertades de un individuo. Por eso aspiramos a mayorías parlamentarias, para mejorar las leyes y crear nuevas que hagan nuestras vidas más prósperas.

Desconfiamos de los que desprecian la Ley y quieren eliminar las instituciones porque son atajos que debilitan la democracia. Lástima que haya 71 diputados más empeñados en esto que en lo otro.