Julián Redondo

A media luz los dos, y de rebote

Diecisiete minutos duró el líder de la Liga al equipo más goleador del campeonato. El menos goleado contribuyó, ni se sobrepuso al fútbol arrabalero que propugnó ni jugó para ganar. Encima cooperó decisivamente en la victoria del vecino. Con los arrestos de Di María, el talento de Jesé, la estabilidad de Modric y los traseros de Insúa y de Miranda, el Madrid dejó vista para sentencia esta semifinal de Copa. Cuesta creer que en el Calderón se pueda levantar este muerto. O el Atleti emite otras señales o el Real le endosa otra goleada sin necesidad de recurrir al primor. Dice algún seguidor rojiblanco, más optimista que un ministro de Economía, que con la Copa confían a los «vikingos» para darles matarile el 2 de marzo en Liga. De ilusión también se vive, y de rebotes, y de Casillas, talismán del Madrid en los derbis, que sigue sin perder contra el Atlético.

Y los prolegómenos, ejemplares. Mejores que el partido. Sentido homenaje a Luis Aragonés en el Bernabéu con un respetuosísimo minuto de silencio. A continuación, el fútbol... En los albores, el Madrid pendiente del Atlético y viceversa. En el transcurso, los del Atleti estaban más preocupados por lo que podía hacer el Real que por sus inquietudes artísticas, invisibles. En éstas, subió Pepe, nadie le salió al encuentro, chutó, rebotó el balón en Insúa y Courtois se quedó con el molde: 1-0. La ramplonería del espectáculo fue salpicada por acciones que sólo la televisión destapa. Diego Costa puso de los nervios a Pepe y Arbeloa. El primero le soltó una mocarrada y el segundo, después de hacerle penalti, le pisó por detrás en una barrera. Difícil de ver si la cámara no se recrea, y lo hace. Descubrió también que Arbeloa pudo sufrir una pena máxima. En el caso del gol de Jesé la acción habló por sí sola. Di María acomodó el balón al canario de la mejor manera posible y éste dejó helado a Courtois con un toque sutil, de genio. Que Dios me perdone, pero vale más que Bale.

El 3-0 también fue de rebote, Miranda desvió el disparo de Di María, cuando la guerra entre Diego Costa, Pepe, Ramos y Arbeloa empezaba a ser una anécdota, desagradable, impúdica, sucia. Y todo a media luz; con patadas y sin besos.