Historia

Alfonso Ussía

A un paso del siglo

La Razón
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En 1918, la Casa Editorial y Librería de la viuda de Pueyo, sita en la calle del Arenal número 6 de Madrid, editó un libro del diputado catalán Josep Caballé, muy amigo de Alejandro Lerroux. El libro ataca especialmente a Cambó, del que abomina. A Cambó no le importa Barcelona, no le importa Cataluña y no le importa España. Le importa Cambó. Eso sí, le reconoce habilidad y oportunismo en la política. También a Prat de la Riba. El libro de Caballé está prologado por José María Salaverría, y enterado Cambó de su existencia adquirió toda la edición. Posteriormente, los testaferros y colaboradores de Cambó recomendaron al gran librero barcelonés Antonio Palau y Dulcet que no incluyera el libro de Caballé en su Manual del Librero, obra monumental e imprescindible para los bibliófilos que reseña todos los libros publicados en España desde la invención de la imprenta, y que se prolongó hasta 1977 bajo la dirección del hijo de Palau, Agustín, catedrático de la Complutense. Lo más chocante del libro del diputado Caballé es su título, «La Inferioridad de la Raza Catalana», que leído cien años después de su publicación orienta, aclara y demuestra que no ha cambiado tanto la perspectiva del catalán respecto al resto de España en un siglo.

Salaverría en su prólogo, manifiesta su oposición al título del libro y lo deplora, por entender que no existe la raza catalana, y arremete contra el doctor Robert, el de los cráneos. «¿Qué pensaríamos de un barcelonés, orgulloso de sus ramblas y de sus fábricas innúmeras cuando a la vista de la silenciosa Ávila hiciera un gesto de olímpico desdén? En Ávila, sin embargo, se incubó el espíritu de Santa Teresa, y este solo hecho supera a la populosidad de las ramblas y el esplendor dinámico de los mil obradores fabriles». «Cuando el catalanismo aturde a sus gentes con el ruido del auto-ditirambo, olvida el número de cualidades que le falta al catalán y que poseen otros españoles. A Cataluña le falta generosidad política. Es posible que también, en principio, el carácter catalán sufra de penuria generosa. Y esa primera «materia moral» sólo puede importarla de Castilla. Cataluña carece de muchas cualidades que sólo puede recibirlas del conjunto histórico español». Hace un siglo, ya daban el coñazo.

Pero Caballé es mucho más duro con los suyos que el vasco Salaverría. Se recrea con Cambó y retoma el hilo de la inferioridad catalana que tanto le hiere por su condición de catalán. Anuncia un venidero odio de los catalanes por Barcelona, que impone un centralismo infinitamente más férreo e intransigente que el de Madrid. Y lamenta que la «inmortal Castilla descubriera América, en cuya gigantesca empresa, tomaron parte españoles de todas las tierras que constituían nuestra península, con la sóla excepción de Cataluña». Eso sí, establecida la hazaña, a finales del XVIII y en el XIX, muchos catalanes con métodos inhumanos y esclavistas, se hicieron de oro aprovechando las ventajas de la hazaña española, que perdonó a Cataluña su nulo esfuerzo y su inexistente sacrificio.

Se formula Caballé, hace cien años, una pregunta que harían bien en responder los catalanes silenciosos de hoy, e incluso los separatistas pertenecientes a la burguesía. Ahí está la violencia de la CUP y de Arrán. «Sin el Ejército y la Guardia Civil, ¿qué pasaría entre nosotros? ¿Bastarían los Mozos de la Escuadra y el Somatén para reprimir los desmanes de una guerra de clases y restablecer el orden público?»

¿Se han preguntado lo mismo que Caballé los empresarios que enriquecidos por subvenciones han colaborado estos años con un separatismo que, de lograr su propósito, pondría sus vidas y sus bienes en manos del estalinismo de la CUP y de Podemos?

El libro no tiene mayor importancia que la del recuerdo y la memoria. Políticos catalanes que rectificaban en Madrid sus palabras en Barcelona. Mentiras embriagadoras para una sociedad que se creía superior. Y al final, nada. Cambó no consiguió retirar la edición completa. Al menos, un ejemplar, sobrevive. El mío.