Alfonso Ussía

Abdicación

Abdicar es resignar las responsabilidades, renunciar a ellas. Una jubilación voluntaria rodeada de hamacas, tumbonas y violines. Los reyes, mejor escrito, las reinas de Holanda abdican con excesiva facilidad. Lo hizo la Reina Guillermina en beneficio de su hija Juliana, que a su vez abdicó en provecho de su hija Beatriz, la cual termina de ceder el trono de Orange a su hijo Guillermo. Abdicar, en el fondo, es lograr la delicia de los derechos ahuyentando los problemas y los deberes. Es cuestión de costumbres. En España los reyes se mueren reyes, y ello concede mayor dignidad y tragedia al tránsito. El Rey ha muerto, viva el Rey. El problema de los príncipes herederos tiene mucho que ver con los adelantos de la ciencia y la prolongación de la vida. Antaño, un rey con cincuenta años era un anciano, y hogaño es un niño, no tan niño, pero sí lo suficiente. Creo, además, en la experiencia. Beatriz de Holanda nos ha hecho una faena a los españoles, porque ya han surgido los tostones de siempre, los coñazos habituales, estableciendo comparaciones. Los ingleses tienen mucha culpa de ello. El Príncipe de Gales roza los 65 años, la edad de la jubilación, y la Reina Isabel II no parece tener ningún plan específico para doblar la servilleta. Ser Rey a los 70 años es una circunstancia normal. Acceder al trono a la misma edad, es una cabronada. A Carlos de Inglaterra le conmueve la longevidad de los suyos. Si su abuela, la Reina Madre , sobrepasó el siglo de vida en compañía del líquido del enebro de los «Beefeater», su madre la Reina Isabel, que es abstemia, puede llegar a los 123 años en perfectas condiciones intelectuales y físicas. El automatismo de las monarquías al revés. Los reyes enterrarán a los príncipes y serán los nietos los herederos.

En España, el Príncipe tiene 45 años y el Rey ha cumplido los tres cuartos de siglo. Perfecto. Que en Holanda hagan lo que les salga de las bombillas de Eindhoven, pero que nadie exija la imitación. Un Rey se muere Rey, y el que venga detrás que apechugue. Se dan casos en nuestra Historia de abdicaciones y renuncias, pero siempre enlazadas a momentos dramáticos y situaciones insalvables. Por lo general, aquí en España, los Reyes nos morimos como tales, y dejamos al Príncipe Heredero, el de Asturias, Gerona y Viana, en perfectas condiciones de sucesión. La figura del «Rey Padre» no entra en nuestra comprensión. Tuvimos uno, hace muy poco, pero se le reconoció su condición en la muerte y más que como «Rey Padre» fue tratado en vida como padre del Rey. Él mismo ayudó fundamentalmente con su renuncia a disipar la figura de la Binarquía. Aquí, a morirse, que es lo que demanda la buena educación, y más en el caso del Rey, que a pesar de todas las insidias y vulgaridades que han intentado tumbarlo, sigue siendo la principal referencia de nuestra libertad.

Si el Príncipe Guillermo mantiene la costumbre holandesa de la abdicación imprevista, y lo hace en vida de su madre en beneficio de su hija mayor que ignoro cómo se llama y en estos momentos nada me importa semejante ignorancia, tendrán en Holanda una «Reina Abuela», un «Rey Padre» y una Reina medio argentina con un segundo apellido bastante raro. Y eso no. Las monarquías tienen unos valores muy apreciables y ocho de las quince naciones más libres y desarrolladas del mundo son monarquías parlamentarias. Pero con un Rey o una Reina. No con toda la familia por delante y por detrás. Así, que dejen en paz al Rey con comparaciones y sugerencias flamencas.