Alfonso Ussía
Aforados
Un sistema democrático no puede permitirse el lujo de los políticos aforados. En naciones con mucha mayor raigambre democrática, el aforamiento no existe. Sirva esta comparación. En el Reino Unido, Alemania y los Estados Unidos de América, no hay ni un solo político aforado. En Italia y Portugal, tan sólo sus jefes de Estado. Francia se permite un desahogo, y cuenta con 36 personajes cuyos cargos públicos le conceden el favor del fuero. En España, los aforados superan el escandaloso número de diez mil. Entre los parlamentarios nacionales y autonómicos se cubre una buena parte del rebaño beneficiado. Más que en un sistema democrático, vivimos en un sistema de privilegios de quienes no desean dejar de tenerlos. Y no se trata de los abusos del bipartidismo. Todos los políticos, del partido que sean, se sienten felices y amparados con sus bulas y ventajas respecto al resto de la ciudadanía.
Desde la condición de aforado, la corrupción resulta más atractiva. Son muchos los trámites que la Justicia debe cumplir para sentar en el banquillo de los acusados a un beneficiario del privilegio. Aquí, el que no sea aforado no es nadie. Una boda con menos de cien aforados entre los invitados ni es boda ni es nada. Pilar Rahola, por ejemplo, es aforada, y ello ayuda a pensar en la degradación de la sociedad española. Sucede que no es la sociedad la culpable de la degradación, sino los elegidos por ella, que han aprovechado la circunstancia para establecerse en un parnaso inaccesible. Los españoles hemos creado un nuevo modelo de democracia. La democracia de los elegidos, es decir, la versión última de la aristocracia griega.
Es lógico el aforamiento del Jefe del Estado, en nuestro caso, del Rey. En los Estados Unidos, Reino Unido y Alemania, no se consideran como tales, pero imputar de un delito al Presidente de los Estados Unidos, a la Reina de Inglaterra y al Presidente de Alemania –ese alemán que nadie sabe quién es– es también una carrera de obstáculos, minada por toda suerte de trampas legales. Pero un Gobernador, que equivale en España a un Presidente autonómico, cuenta con las mismas garantías y similares derechos que sus gobernados. Ser elegido mediante las urnas en una lista cerrada no puede justificar un fuero. El desapego y desafecto que empiezan a sentirse en la calle respecto a los políticos nace del agravio comparativo y del sentimiento de desigualdad. No somos todos iguales ante la Ley, porque diez mil desiguales impiden la posibilidad de serlo. Y son ellos los que legislan, ejecutan y juzgan.
En Portugal e Italia, sólo sus presidentes y jefes de Estado gozan durante su período de poder político de la condición de aforados. En España, los diez mil aforados vuelven sus ojos misericordiosos hacia nuestras miradas sólo en tiempos de campañas electorales y elecciones. Posteriormente, ya elegidos y aforados de nuevo, nos propinan lo que mejor saben hacer. Darnos patadas en el culo. Están encima de la boina. Diez mil encima de la boina y cuarenta millones procurándoles escaleras para que accedan al plano superior. Lo malo es que hemos sido los votantes los responsables de sus privilegios.
Llegan las elecciones europeas. Eso dice, al menos, Elena Valenciano, la mística del Ché, la descubridora de Jesucristo por una comedia musical, la adoratriz del millonario amigo de Slim, en resumen, esa simpática e innecesaria gamberra. Arias Cañete es otra cosa, y lo lleva demostrando desde mucho tiempo atrás. Pero la ilusión del voto ha desaparecido. En mi caso, he votado en todas las convocatorias desde que se abrió la libertad. Refrendos, generales, autonómicas, municipales y europeas. El domingo 25 no voy a votar. Unos no se lo merecen y otros me aterrorizan. Que voten los aforados y todo quede en casa.
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