Restringido

¡Al ladrón!

La Razón
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Este mundo es un juego de bazas, según Quevedo, que sólo el que roba triunfa y manda. O dicho de otra manera: «Toda esta vida es hurtar, /no es el ser ladrón afrenta, /que como este mundo es venta, /en él es propio el robar. /Nadie verás castigar /porque hurta plata o cobre, /que al que azotan es por pobre /de suerte, favor y trazas». Pícaros, estraperlistas, defraudadores, especuladores, chorizos, mangantes, cacos, rateros, trincones, carteristas, timadores, mecheros, cuatreros, ladronzuelos, manguis, trileros y ladrones de cuello blanco. Estos últimos son, en los tiempos que corren, los que se llevan la palma, y la pasta a Suiza y a los paraísos fiscales. Y ésta no es más que una leve muestra de la riqueza léxica del español para referirse al trinque, o sea, a la habilidad de apoderarse de lo ajeno. Hasta al acto de levantar carta del mazo de la baraja lo llamamos robar. Quiero decir que el hábito está bien arraigado entre nosotros y no ha perdido vigencia desde Quevedo. «¡Al ladrón, al ladrón!» es nuestro grito clásico, desde el arrabal al palacio. El grito resuena hoy con fuerza en la calle, en la plaza, en los periódicos, en los telediarios, en la taberna, en el mercado, en las redes sociales, en el Parlamento y a la puerta de los partidos y de los Juzgados. La protesta se alza contra los representantes del pueblo y afecta al sistema político vigente, lo que anima a los pícaros y oportunistas a intentar destruirlo. A muchos ciudadanos se les sube ya la sangre a la cabeza. Urge, pues, una respuesta clara, completa y convincente, «que la necesidad y la hambre no reparan en nada», como advierte Cervantes. La cosa es muy simple. La gente las pasa canutas y empieza a estar harta de tanto ladronicio, tanta palabrería hueca, tanta faena de distracción y tanto descaro encorbatado o con coleta. La gente trapichea para sobrevivir, es cierto, pero exige ejemplaridad arriba. Y no hay partido que se libre del sambenito de la corrupción. Lo mejor que podrían hacer es dejar de tirarse horcadas de basura a la cara unos a otros y ponerse juntos a la ardua tarea de limpiar primero sus bolsillos y después el zaguán de España. Se diga lo que se diga, nunca los ladrones han sido gente honrada.