Elecciones Generales 2016
Al poder en autobús de línea
Lo advertía Alfonso Guerra cuando menguaban las mayorías absolutas del felipismo: «La derecha (deresha) ha sacado a las monjas de los conventos para llevarlas al colegio electoral». Verdad o maldad ingeniada por el magín perverso del «Canijo», es cierto que el acarreo de votantes es costumbre acendrada en la democracia (¿?) española desde tiempos de Francisco Romero Robledo, cacique y ministro, por este orden, antequerano a quien con tino motejaron «el gran elector». En la España del paro lampante de los ochenta, una forma sencilla de ganarse el jornal en día de elecciones era trabajar de chófer para el Gobierno Civil, cuya flota de vehículos desplazaba a ancianos e impedidos para posibilitarles el derecho de sufragio.
Ahora, el Estado ha retrocedido y se encomienda a distintas instituciones para realizar esta labor: Cruz Roja, por ejemplo, pero también esa miríada de asociaciones vecinales tradicionalmente vinculadas a los grandes partidos: al poder en general. En los barrios menos favorecidos de Andalucía, por supuesto, al PSOE. En uno de ellos, una interventora socialista quiso practicar el arte de la sinécdoque: llevar en transporte público al mismísimo voto, no ya al votante... que había olvidado el DNI. ¿Cómo? Identificándolo con el bonobús, ante el pasmo primero y luego la indignación de los miembros de la mesa, «que no lleva foto pero sí pone el nombre».
La incertidumbre reinante durante toda la campaña electoral, con diputados pendiendo de un puñado de papeletas en muchas provincias, realzó el peso específico de cada ciudadano.
Antes muerta que «sorpassada», debió pensar la osada militante, que desistió de su propósito entre protestas por la escasa flexibilidad de los presentes: «Ni que esto fuesen las primarias de Podemos», le espetó un espontáneo bien informado aunque peor intencionado.
Esta actitud entusiasta hasta los bordes del delito, epítome de la movilización prebélica de unas estructuras conscientes de que la supervivencia (¡¡la mamela!!) dependía del resultado, no caló entre el electorado: la participación fue baja, tal vez por el calor, pero seguramente por el hartazgo. Razón de más para no dejar ni las migajas. Contra su voluntad, un vecino de Santa Coloma de Farners engrosó las filas del abstencionismo al irse a morir justo en la puerta del colegio. Sí se computará el voto, aunque el interesado no pudo comprobar la utilidad del mismo, del anciano fallecido en Madrid justo después de depositar su papeleta. Esto es llevar la conciencia cívica hasta las últimas consecuencias.
A la espera de que su partido le encomiende alguna responsabilidad, Carme Chacón participó en la jornada electoral de forma distinta a como venía acostumbrando: como vocal de mesa en vez de como cabeza de lista del PSC por Barcelona. Puede que fuera la única forma de arrastrarla hasta el colegio a votar por su compañera, ejem, Meritxell Batet... La ex ministra era suplente, pero tuvo que comerse el marrón por incomparecencia del titular. Luis Garicano, el cerebrito económico de C’s, fue el otro vip que ofició como DJ en la fiesta de la democracia. Un lío, porque dice que es profesor en Londres pero está empadronado en Pozuelo de Alarcón: seguro que no quiso votar con el bonobús, como el jubileta sevillano, a lo mejor sí con la tarjeta de puntos de Iberia.
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