Presentación
Amandine
Lo tengo dicho, porque lo dijo La Codorniz, que fue la educación sentimental y descacharrante de mi generación. «Donde no hay publicidad resplandece la verdad». Amandine no es nombre común que figure en la última edición del diccionario de la RAE, en el que tanto se abre la mano, y mucho menos en las anteriores. Es una marca registrada. ¿Dónde? En Valencia. Es lo único que sé de ella. No es cierto. También sé que se dedica a elaborar y distribuir bebidas orgánicas, ecológicas y biológicas. Supongo que en su catálogo figuran muchas, pero yo sólo conozco tres: las de horchata de chufa, arroz y nueces de macadamia. Fue mi mujer quien me las descubrió. Los lectores ya saben que en España, considerando mi aversión a la leche, a la mantequilla, a la bollería y galletería industrial, a los zumos embotellados, a todo lo transgénico (incluyendo la soja) y a la fruta que no haya madurado en su árbol, mis desayunos siempre resultaban problemáticos. Ahora, gracias a Amandine, ya no, al menos en lo que a los factores líquidos se refiere. La horchata es, desde mi niñez alicantina, una de las dos bebidas que más me gustan (la otra es el champán). Encontrarla fuera de su hábitat natural es cada vez más difícil. En Madrid, por ejemplo, sólo quedan dos sitios, que yo conozca: el aguaducho de Narváez, casi esquina a Jorge Juan, y la heladería Alpes, en Arcipreste de Hita. Eso en cuanto a la natural, porque la embotellada –no diré nombres– es un vomitivo. Lo era, aclaro, hasta que un buen día apareció mi mujer en la cocina con un tetrabrik de horchata Amandine y todo cambió. Le sobraba, y le sobra, un poco de azúcar, pero es excelente. De ella fui saltando al arroz y a la nuez de macadamia. Hoy no sólo desayuno con ellas, sino que visito con asiduidad la nevera a lo largo del día no sólo para saciar la sed, sino también por vicio. Les aseguro que éste no puede ser más saludable. Tengo ahora a mi lado, junto al ordenador, un tetrabrik de arroz, pero ya está vacío. Voy a por otro...
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