José María Marco
Años de plomo
Hubo un tiempo en nuestro país en el que los atentados terroristas no suscitaban una especial indignación pública. No es que la opinión no se diera cuenta de la atrocidad de lo que estaba pasando y que no se escandalizara por ello. Lo que ocurría es que no había forma de trasladar la indignación personal a la escena política. El sentimiento no encontraba la forma para expresarse como un acto cívico de repulsa.
Hoy en día estamos a punto de que nos ocurra algo parecido con los atentados islamistas en los países de la Unión. De hecho, ya nos ha pasado con los ataques contra los ciudadanos judíos europeos. Así como la indignación por el atentado en Copenhague ha sido menor que la que provocaron ataques anteriores, la suscitada por la profanación de trescientas tumbas en el cementerio judío de Sarre-Union, en Alsacia, ha sido casi inexistente. Vamos camino de instalarnos en una situación en la que la violencia, cuando está relacionada con ciertos asuntos (el islamismo y el antisemitismo) deja de tener efectos políticos. Es lo que los terroristas buscan: un grado de normalización de la violencia que les permita mantener secuestrados a los ciudadanos musulmanes y bajo amenaza permanente a los judíos.
Evitar que esto ocurra no es una cuestión puramente emocional y moral. Es una cuestión racional y política que permitirá a cualquier ciudadano europeo comprender lo que está en juego en esta violencia. Los españoles tuvimos que esforzarnos por entender la naturaleza del nacionalismo y qué clase de amenaza representa este contra nuestra condición común de españoles. Hasta que eso no quedó claro, el terrorismo no tuvo una respuesta inequívoca, que demostrara que resultaba intolerable.
La violencia yihadista y la antisemita deben ser expuestas como lo que son: un ataque contra todos, contra la ciudadanía, contra la esencia misma de nuestros sistemas democráticos liberales, hecho desde el fanatismo religioso (el yihadismo) y desde el miedo y el odio al judío, a quien se prestan rasgos amenazantes para la propia identidad (el antisemitismo). Los gobiernos europeos están avanzando mucho en seguridad y prevención. Sería de desear también que hablaran con claridad sobre la naturaleza del fanatismo musulmán, que no puede ser considerado un hecho sin relación alguna con realidades sociales con las que convivimos. Otro tanto ocurre con el antisemitismo, que los gobiernos europeos no pueden seguir separando de la animadversión a Israel, tan extendida, tan promocionada en toda clase de grupos. Para defenderse de esta violencia, hay que entender lo que significa.
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