Alfonso Ussía
Aquellas tertulias
Las tertulias en la radio, aunque a muchos les pese, las inventó Luis del Olmo. En ellas se hablaba de política, de literatura, de arte y de costumbres. Era yo el más pequeño de la clase y tuve la suerte de inaugurarme en ellas con Manu Leguineche y Juan Antonio Vallejo-Nágera. Éramos tres. Más tarde, Luis aumentó el grupo de los tertulianos y nos sentábamos cuatro. Renuncio a relacionar la nómina de voces y contrastes ideológicos, pero era sencillamente impresionante. Un día, no se sabe por qué, Luis dio cancha y silla permanente en la tertulia a un político del PP. Se vio obligado a hacerlo con otro del PSOE, y de ahí pasó a pagar el impuesto revolucionario catalanista, con Nadal, Rahola y una pelmaza de la que ya no me acuerdo. Se apercibió de su error, pero ya era tarde. Los «tertulianos» pasaron de ser personas libres a representar partidos políticos e ideas cocinadas por otros. Y las tertulias perdieron toda su grandeza original. Pero a Luis del Olmo le copiaban todos, y el resto de las emisoras calcaron su formato. No el inicial, sino el contaminado por los partidos políticos. Y hoy, todas las tertulias radiofónicas se han convertido en monumentales tostones protagonizados por voces que sólo defienden sus intereses, políticos o empresariales. Y esa mala configuración se ha trasladado a las cadenas de televisión que ofrecen auténticos bodrios politizados que han dejado de invitar al pensamiento pasando a la acción política y propagandista pura y dura. Hay periodistas del PSOE, del PP, de Izquierda Unida y, en las cadenas más capitalistas, de «Podemos». Se sabe de antemano lo que van a decir, a quiénes van a criticar y a quiénes van a defender. No quedan tertulianos honestos intelectualmente como Pablo Castellanos, el honrado socialista que ponía a parir al PSOE con sus corrupciones. Ni quedan los tertulianos conservadores y liberales que sabían separar sus sentimientos e ideologías del respeto a la verdad. Los medios de comunicación están expuestos a la demanda, casi exigencia, del silencio para que sus empresas no dependan de la calidad de sus informaciones y opiniones, sino de la limosna de los pasajeros timoneles del poder. Y hay políticos intocables para todos los medios. Hombres y mujeres, altos y bajos.
Un mes atrás tuve el honor de ser invitado a la recepción en el Palacio Real con motivo de la proclamación del joven Rey. No pude ver a todos los asistentes. Eran más de dos mil quinientos invitados. Saludé a los Reyes y me escapé. Coincidí en la salida por la Plaza de la Armería con un custodiadísimo Mas, que temía lo que en Madrid en pocas ocasiones sucede. Madrid lleva siglos siendo la Villa y Corte, el foco de los rumores y el jardín de las víboras, pero sabe respetar con una sabiduría acumulada por los siglos. Por Madrid aparece Mas, y apareció. Y si se va, se marcha y si se queda, se queda, sin consecuencias desagradables ni violentas. Lo sorprendente es que me topé con un personaje peculiar. Hacía monárquica cola. Es un millonario comunista. Representante y gestor en España de la ultraderecha italiana de Berlusconi. Consejero Delegado de las cadenas y emisoras de televisión que con más saña, falsedad, partidismo y conveniencia del negocio critican, humillan y envilecen a la Corona. No me olvido del responsable de Atresmedia. Sucede que tuve la fortuna de no encontrármelo. Mario Vargas Llosa los ha puesto en su sitio. Lo malo es que, para ellos, su sitio es la cuenta de resultados, no los principios y menos aún los valores. Me inquietó la presencia edulcorada de Vasile y la aglomeración en las colas de potentes enemigos, que no adversarios, de la Monarquía, que reúne en su razón de ser la unidad de todos los españoles. Eso, el esnobismo de la presencia, la incoherencia permanente, la falta de dignidad. Vasile estaba feliz y encantado, saboreando el maná de los pelotas y recibiendo toda suerte de parabienes. Se hallaba en su salsa. En los salones del Palacio Real dando la bienvenida a quien representa la vituperada Corona de España en las empresas audiovisuales de Vasile. Vasile contra Vasile. Siempre ganará uno de los dos.
La sociedad, y me refiero a la alta sociedad, a la influyente, mucho más por el dinero que por la tradición, está tan podrida como la calle. La política ha podrido la calle. El poder económico ha podrido la calle. La «cultura» entrecomillada ha podrido la calle. Y en los medios audiovisuales más representativos del sector liberal y conservador, el negocio ha podrido la calle. Allí todos reunidos, juntos, sonrientes, sobrevolando a los pobres ciudadanos que fueron, sencillamente, a presentar su respeto y esperanza a unos Reyes que se van a encontrar con una nación aparentemente desalmada.
De aquellas tertulias a estas pocilgas. Eso que se llama evolución y desarrollo.
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