Ciencia y Tecnología

Artefactos letales

La Razón
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He estado buceando en Google, que es el ungüento amarillo, y en las listas de los inventos que más han cambiado la vida del hombre no sale. Aparecen el papel, el alfabeto, la rueda, la pólvora, la máquina de vapor, la penicilina, el frigorífico, la televisión y hasta internet, pero nadie se acuerda del omnipresente móvil.

Sale el teléfono, que para la gente de mi generación evoca aquellos artefactos de baquelita color cucaracha por los que, si eras de provincias, siempre sonaba la voz de una señorita y tardabas un porrón de horas en conseguir conferencia con Madrid.

En los ranking de los descubrimientos que han cambiado la Humanidad, no sale el móvil y me parece un olvido imperdonable, porque no hay otro utensilio que haya alterado tanto nuestra existencia, hábitos cotidianos, relaciones personales, almuerzos y amores que ese artilugio tamaño bolsillo, con teclas, pantalla táctil y diseño aerodinámico.

Cuesta imaginar que fue hace poco más de dos décadas y gobernando Felipe González, cuando llegó la tecnología a España y que los «zapatófonos» eran un privilegio de ministros y directores generales. En aquella época, no hablábamos por teléfono fuera de casa y caso de estar muy acuciados, los simples mortales buscábamos por la calle una cabina en condiciones o nos metíamos en un bar.

Ahora, sales de tu hogar sin el artilugio electrónico apropiado y te sientes como si fueras sin pantalones o con los calzoncillos por fuera. Raro quien no vuelve sobre sus pasos y pierde un tiempo precioso para pertrecharse del aparatito.

Es para echarse las manos a la cabeza y no sólo porque nos hemos convertido en esclavos de la puñetera maquinita. Es que, además, perturba indefectiblemente bodas y funerales, ha sustituido a la memoria, acabado con las notas a mano en una agenda y se está llevando por delante cualquier conversación civilizada de las que antaño disfrutaban cara a cara las parejas de novios, los amigos y los colegas. Consciente de que me mirarán como un bicho raro, he tomado la firme decisión de no llevarlo más encima, dejarlo en modo silencio y no contestar «ipso facto» a los mensajes. Conste que no me apunto a la tesis de que emite radiaciones dañinas, como no he tragado nunca esos sesudos informes que vinculan el crecimiento del bigote al consumo de mejillones, la caída del pelo a los ciclos de la luna o la pérdida de vigor sexual a las hormonas del pollo.

El móvil es un artefacto letal, porque nos está derritiendo el cerebro.