Irene Villa

Balance positivo

Cuando empecé a escribir en LA RAZÓN, allá por febrero de 2009, bajo la temida sombra de una crisis que prometía ser feroz, pensé que si nos centrábamos en lo que la crisis no puede quitarnos, no sucumbiríamos. Me refería al entusiasmo, la integridad, la bondad... Porque, pensaba, quién sabe si esta crisis, que está destruyendo los sueños de tanta gente, reconstruya valores tan necesarios como la humildad, la gratitud y el amor. Deseaba que la grave situación que vivíamos sacase lo mejor de nosotros, para brillar con más luz y hacernos más fuertes. Pues bien, casi cinco años después, asisto a un congreso sobre las expectativas vitales de la juventud, y resulta que mientras que para los jóvenes de épocas atrás lo más importante era el trabajo y ganar dinero, hoy el principal motor es la solidaridad. La mayoría de los encuestados abogan por valores como el respeto, la honradez y la responsabilidad, aunque también son conscientes de la importancia de los idiomas y de estar bien preparado. Pero todo cambia tan estrepitosamente que, más que conocimientos, lo que necesitan nuestros jóvenes son valores y actitudes que les ayuden a adaptarse a cualquier avance radical o a afrontar un revés irreparable. Y precisamente solidaridad es lo que precisan las familias de quienes hace un año se disponían a disfrutar en la macrofiesta que tiñó de luto y tragedia el Día de todos los Santos. Poemas, velas y flores han colmado de emoción y recuerdo su primer aniversario. Porque el cariño es lo único capaz de enmendar la injusticia.