Alfonso Ussía
Banderillas negras
Lo más importante para un sector de la Prensa española es si la Infanta Cristina va a hacer el paseíllo o no. También están involucrados en la majadería algunos partidos políticos. A los Juzgados de Palma acceden todos los días centenares de personas por la rampa. Son setenta pasos que separan la rampa de la puerta, según nos ha informado «El Mundo» con elogiable precisión. Pueden ser menos, por cuanto la Infanta tiene las piernas más largas, con toda probabilidad, que la corresponsal que ha medido la distancia. Pongamos que son sesenta y siete pasos y nos acercaremos a la exactitud que demanda la ciudadanía. Firmas de prestigio y alto talento le dedican sus columnas al «paseíllo» de la Infanta Cristina. Lo exigen con contundencia. La Justicia tiene que ser igual para todos. No lo es. El 99% de los que acuden a los Juzgados de Palma recorren los sesenta y siete o setenta pasos sin presiones, sin fotógrafos, sin reporteros y sin insultos. La Infanta Cristina no gozará de esa indiferencia. Ya se encargarán de calentar el ambiente. Y me pregunto si después de un trayecto animado por toda suerte de vejaciones se puede declarar ante el juez en condiciones óptimas.
El ministro de Justicia no desea la humillación «espontánea» que experimentará la Infanta. Esperanza Aguirre ampara la diferencia de trato como escudo ante los medios de comunicación. Creo que hay que ampliar la conveniencia del escudo. Para Victoria Prego es una «pena anticipada e innecesaria», y Rubén Múgica escribe que «mal vamos cuando importa más el paseíllo del imputado que la realidad o no de los hechos».
En un ambiente agriado es absolutamente lógico que la Infanta no se vea obligada a recorrer ese tramo inflamado. Lo importante es la declaración, no el paseo. El paseo vejatorio no lo obliga la Justicia, sino el resentimiento, la demagogia y la condena previa que la Infanta Cristina ya ha asumido. No creo que el «paseíllo» de la Infanta merezca la portada y generosidad de espacio que le ha dedicado un gran periódico. No es serio. Resulta obsesivo. Seré inmediatamente tildado de «cortesano». Nada me importa y menos me afecta. La Infanta no ha recurrido y acude al Juzgado a declarar. Se trata de un caso especial. Los medios de comunicación adversos a la Corona y sus voceros de ambos extremos están de sobra capacitados para convertir esos pasos hacia la puerta en un auténtico suplicio. Quieren el llanto, la imagen morbosa, el desmoronamiento anímico de una mujer, la deformación del equilibrio. Esas imágenes serán repetidas una y otra vez en las tertulias infames. Detrás de todo esto, también hay negocio y dinero. Además, está la seguridad. Me figuro que de puertas adentro corresponde al Juzgado, y en el exterior, a las Fuerzas de Seguridad del Estado y al servicio de escoltas de la Guardia Real. Leo y releo titulares y columnas y acepto sin ningún tipo de límite que vivimos en una nación dominada por el rencor, el revanchismo, la demagogia y la elementalidad. Hasta ahora, el paseíllo en España por definición era el de Curro Romero en la plaza de toros de Sevilla el domingo de Resurrección. Un paseíllo rumboso, estético y amable. Ignoro los pasos que son necesarios dar sobre el albero sevillano para culminar el paseíllo. En «El Mundo» lo sabrán, y mucho agradeceré ser informado de ello. Pero ese paseíllo nada tiene que ver con el espectáculo que quieren montar en Palma. De conseguir su propósito, espero que al menos le permitan recorrer la distancia sin clavarle previamente las banderillas negras.
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