Pedro Narváez
Bardemcillos
Cuando el potaje lo paga el dinero público, que no es de nadie, como dejó escrito en piedra cerebral la añorada Carmen Calvo, se pide caviar en lugar de garbanzos, pero cuando hay que sacarlo del propio bolsillo, a los Bardem les vale con un hueso de jamón roído por los perros. La saga se ha erigido en guardiana de la ética no sólo del Gobierno, sino también de periódicos como éste que no le bailan el agua y que ha puesto ante su figura chavista el espejo donde los reyes de la pancarta van desnudos con todas sus vergüenzas al aire. Está muy bien protestar por los ERE de los demás, ricos sin escrúpulos vendidos al capital, pero cuando el ERE lo hacen ellos y dejan a once familias con sus hipotecas en la calle, la culpa la tiene la Prensa demagoga. Tienen una falta de pudor tan superlativa que aun emplean la palabra demagogia en su diccionario de barricada. Siempre para referirse al oponente. El empresario Carlos Bardem ejerce de matón en Twitter en cuanto la Prensa capitalista no titula a su gusto, jaleado por ese ejercito pijiprogre que deambula por su local de La Latina, un bar libre de escarches donde las papas con mojo picón no se despachan gratis. ¿A que espera Ada Colau? Si los Bardem dirigieran un comité de censura, este articulillo saldría con párrafos crucificados. O no se publicaría, porque el tono de Carlos remite a los pelotones de fusilamiento intelectual para los que las ideas valen según se acerquen o se alejen de su analfabetismo social. Si usara la equidistancia, esa filosofía letal que provoca víctimas de corazón, diríase que los Bardem viven en la contradicción, que es lo que se lleva, pero, para ser certeros, se han descubierto como unos caraduras que continúan impartiendo lecciones de libertad, igualdad y fraternidad. A pesar de la demonización que preconizan, la democracia funciona. Que se lo pregunten a los once despedidos. Lo dijo Javier Bardem: al Gobierno le viene bien el paro. Todo por la causa.
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