César Vidal

Batalla por la tierra media

La Razón
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En el juego o arte del ajedrez el contendiente que consigue dominar el centro del tablero se hace con una evidente ventaja para conseguir dar jaque mate a su rival, de ahí que los primeros movimientos, no sólo de los grandes maestros sino los que marca el manual más elemental vayan encaminados a establecer una sólida cabeza de puente en esa zona clave del campo de batalla.

La poderosa y sorprendente irrupción de Ciudadanos en el tablero político nacional desde el espacio de centro trae de los nervios como nunca ocurría desde los tiempos del extinto Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez a los sesudos estrategas, tanto del Partido Popular como muy especialmente del partido socialista que por primera vez contemplan cómo la disputa de ese espacio no se libra frente al otro gran partido convencional, sino con un tercer actor cuyo riego por aspersión nace precisamente de esa «tierra media».

Albert Rivera militó hace años en el Partido Popular para después fundar un partido cuya razón de ser fue hacer frente al nacionalismo catalán en un lugar y en un momento especialmente difíciles, pero la claridad meridiana del motivo fundacional se transformó en una versatilidad que ha permitido a Ciudadanos poder elegir entre socialistas y populares, sin caer en los errores pactistas del «CDS» a la hora de apoyar según qué gobiernos autonómicos. No es casualidad por lo tanto que el PSOE tenga en este punto de la precampaña electoral verdadera obsesión por empujar a Ciudadanos hacia la derecha en un desesperado intento por equipararlo con el Partido Popular, al tiempo que idénticamente desde el partido liderado por Mariano Rajoy se apunta a Ciudadanos como nueva e inexperta formación con esencias izquierdistas.

Más de uno y más de dos dirigentes de PSOE y PP me han confesado el mismo lamento: «Hagan lo que hagan, digan lo que digan, Ciudadanos goza de bula por virginidad ante la opinión pública». Esa realidad es tozuda, como demuestra el agravamiento del problema en la formación de Pedro Sánchez, al que la pinza además de por el centro le viene por la izquierda vía Podemos, o el hecho innegable de que el partido de Rivera –Marín en Andalucía– ofrezca una cándida complicidad al Gobierno socialista de Susana Díaz ante la corrupción de los ERE en contraste con la lupa inmisericorde con que se vigila al Gobierno de Cifuentes en Madrid. Ni en lo uno ni en lo otro repara el elector consultado en los sondeos para desesperación de los responsables de campaña socialistas y populares.

Es cierto que el voto útil se hace especialmente patente en comicios generales, como lo es que el suelo electoral del PP se mantiene sólido aunque muy castigado mientras que el del PSOE tiembla con no pocos grados de la escala Richter. El fantasma del «sorpaso» no va a dejar de rondar la calle Génova y sobre todo Ferraz y eso puede multiplicar el número de ocurrencias –atentos a Sánchez– y el «marrulleo» en la encarnizada batalla por la «tierra media».