César Vidal

Becas socialistas

Hace ya más de un cuarto de siglo. Seguía yo un curso de ruso especialmente diseñado en la Unión Soviética para aquellos extranjeros que deseaban entrar en una de sus universidades para estudiar una carrera. El manual era extraordinario –se suponía que en un año se conocía lo bastante la lengua de Pushkin como para comenzar una ingeniería– y la profesora que lo impartía no lo era menos. También hay que señalar que resultaba implacable. De los cuarenta alumnos que comenzamos, sólo quedaban cuatro en Navidades y concluimos el curso únicamente dos, pero no nos distraigamos. Aquella mañana, bregábamos con un texto donde se explicaba el sistema universitario en la Unión Soviética cantando –¿cómo no?– sus virtudes. Andaba explicando aquella mujer la manera en que se accedía a la universidad cuando subrayó con toda la intención que no todo el mundo entraba en una facultad y que, sobre todo, las becas estaban ferozmente restringidas. Me sorprendió a mi aquella afirmación y le dije: «¿En un país socialista no puede todo el mundo ir a la universidad?». La mujer me lanzó una mirada semejante a la de un leopardo al que le hubieran pisado el rabo y me dijo: «¡Por supuesto que no! La universidad no es para todos. No se puede gastar el dinero del pueblo en aquellos que no se lo merecen. Sólo los mejores deben entrar en la universidad». A mí, que por aquel entonces militaba en una especie de izquierda buenista y española, semejante afirmación me pareció stalinismo puro. Me equivocaba. Los bolcheviques asesinaron en masa, crearon el GULAG, establecieron una policía Política despiadada, pero no cayeron jamás en el error de pensar que vagos, estúpidos o incapaces debían recibir un trato de favor. Crearon cátedras de ateísmo científico, pero mantuvieron el culto al mérito, la conciencia del esfuerzo y la creencia en que una nación sólo puede marchar bien si cuenta con unas élites cultivadas. Cuando la Unión Soviética se desplomó, fueron esas personas las que evitaron la catástrofe. Artistas e ingenieros, médicos y juristas, arquitectos y economistas han sacado adelante a la nación en medio de unas circunstancias que no pocas veces rayaron lo pavoroso. En nuestra querida España, donde los políticos cantan las glorias del «cinco raspao», donde se jactan de haber repetido curso, donde exigen que se concedan becas con menos de un seis y medio de nota, si un día se produce el colapso, ¿con quién contaremos para remontarlo?