Alfonso Ussía
Bigotes
El bigote de Salvador Dalí se ha mantenido pujante y erguido en su muerte. Me parece brutal y grotesca la moda de las exhumaciones, pero ésta, tan esperada por la publicidad que siempre acompaña a los genios, ha regalado ese pequeño dato positivo. Que Dalí sostiene sus bigotes después de muerto señalando con sus puntas las «diez y diez» de la esfera de un reloj. No es sencillo, ni en vida, mantener un bigote como el de Salvador Dalí. Mi abuelo, don Pedro Muñoz-Seca, también lo llevaba a las «diez y diez». Dormía con bigoteras para sostener sus finísimas puntas. Cuando fue encarcelado por los rojos en 1936, y hospedado en la cárcel-checa de San Antón, su famoso bigote languideció. Se resignó hacia el suelo, y en una de las postales que escribió a su mujer, mi señora abuela, desde la cárcel, le reclamó las bigoteras. «Queridísima Asunción. Estoy bien. Pero mi bigote está humilladísimo. Ayer, tomando el rancho, las puntas se mojaron. ¿Me puedes enviar con las medicinas una de mis bigoteras? Un beso fuertísimo a los niños, y para ti, otro muy largo y muy grande. Recuerda a mi hermano Pepe sus deberes con nuestra madre. Dios me acompaña. Pedro». A los pocos días recibió las bigoteras. «Queridísima Asunción. Gracias por las medicinas, la ropa limpia y las bigoteras. El bigote ha vuelto donde solía y hasta los milicianos lo han celebrado. Abraza a todos los niños, de los que espero que te cuiden como yo lo hacía. Pido a Dios todos los días que termine este tormento, pero si Él lo ha dispuesto así, lo soportaré con la mayor entereza. Un beso muy fuerte de tu, Pedro».
La diferencia entre don Salvador y don Pedro, es que al primero lo enterraron con sus apreciadísimo bigotes, detalle que no tuvieron los sicarios de Santiago Carrillo con mi abuelo. Al partir hacia Paracuellos, después de despojarle del abrigo, robarle el reloj, y atarle las manos a la espalda con un alambre que se hundió hasta los huesos, el miliciano conocido como «Dinamita», le cortó los bigotes. «Donde usted va no los necesita». Un jovencísimo Cayetano Luca de Tena fue testigo, y me narró esos instantes del martirio de don Pedro durante una cena de los Cavia. Don Pedro no se dirigió a «Dinamita». Abrazó a Julián Cortés-Cavanillas y a Cayetano Luca de Tena. «Si algún día, que espero que no, te toca a ti pasar por esto, no te derrumbes, muere por España y haz honor a tu apellido». Y subió al camión, decente, erguido y desbigotado.
El bigote tiene que ser aparatoso para perder su inicial consistencia cercana a la cursilería. Durante un verano, quien esto escribe se dejó crecer el bigote y al volver a Madrid fue objeto de chuflas, burlas y dolorosos escarnios. Me lo dijo una bellísima mujer: «Con bigotes, eres más cursi que ‘‘La Cumparsita’’». Una mujer bellísima amén de malvada que conocía mi predilección por Carlos Gardel, que efectivamente era tan grande como cursi. «Tan cursi – lo escribió don Francisco Silvela en su ‘‘Filocalia’’-, como un álbum de firmas, un sobre que guarde un mechón de cabello de la primera novia, o un grupo de invitados a una fiesta que baila haciendo el trenecito la polka ‘‘El Ferrocarril’’».
El inconmensurable «Tip» pasó por el detector de metales del aeropuerto de Barajas. Vigilaba el detector un guardia civil con bigotes de benemérito del siglo XIX. Unos bigotes que por sí solos, imponían y se hacían respetar. Bigotes de autoridad. El detector se encabritó al paso de «Tip», y el guardia civil, que había reconocido al genio, le rogó que vaciara sus bolsillos y procediera a pasar de nuevo. –Como usted ordene, buena mujer-, dijo «Tip», mientras los bigotones del guardia civil intentaban disimular el golpe de risa que le sobrevino.
Me repugna que no se respete a los muertos. La moda de las exhumaciones puede terminar con todos los cementerios removidos. El dinero, ese demonio, en ocasiones tan tardío e inoportuno. Entre los dos asesinos más terribles de la Historia, el comunista Stalin y el nazi Hitler, se establece una diferencia a favor del comunista. Asesinó al triple de seres humanos que Hitler, pero sus bigotes lucían grandiosos, en tanto que el bigotín de Hitler era ridículo y bufo, de mamarracho.
La exhumación del cadáver de Dalí, tan desagradable como todas, ha aportado ese ripio de grandeza. La firme conservación de sus bigotes en las «diez y diez». Bigotes de un genio.
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