Pedro Narváez
Blesa y el gran Gatsby
Que un banquero ingrese en prisión llena de regocijo a las barricadas. La multitud encuentra más liberación que los endemoniados de Rouco con sus nuevos exorcistas. En ese sentido, la imagen de Blesa en el furgón, aunque fuera culpable, está distorsionada por el rencor. La Justicia es igual para todos. Me intriga qué piensa aquel que un día se sintió en la cima del mundo en su primera noche junto a sus nuevos inquilinos, cuando el dinero sólo puede pagar unas vacaciones si hay fianza y el ama de llaves gasta pistola. Si a Bárcenas se le comparó con Al Capone por llevar un abrigo con cuello de terciopelo, que era poco para emparentar al ex tesorero con el héroe de la mafia y de Scorsese, Blesa recuerda al gran Gatsby que estos días puede verse en el cine. El personaje de Fitzgerald es un arribista exuberante y melancólico al que la «high class» le recuerda que lleva traje de lino rosa, que es la antítesis del fondo de armario de las mansiones de Nueva York, aunque acepte sus dólares como si llovieran de Oxford. Faltaban pocos días para el crack del 29 y el derroche estaba aún bien visto, como aquí antes de que la bolsa se suicidara. Blesa quiso proyectar la imagen de un hombre demasiado elegante, que es el camino más recto para no serlo. Sale de la cárcel con aires de Armani, pantalón de sport y jersey de cachemir, preparado para una partida de fin de semana en la city pero a decir de un juez, del que no puede decirse que fue su compañero de pupitre, pudo actuar como un gañán al que lo último que uno confiaría sería el dinero del colchón. En algunas cárceles de Texas obligan a los reclusos a llevar calzoncillos rosas para que se sientan más humillados que si estuvieran en pelotas. Antonio Miró hizo en un ejercicio de provocación un desfile en la modelo de Barcelona entre maullidos de gatos. Aquella boutade se masca verdadera en Soto del Real, un escenario de la Pasarela Cibeles adormecido por el insomnio de los hombres que no pararon de soñar con ser maniquíes aunque no tuvieran la altura requerida, que es como si las pirañas se creyeran tiburones. Si Blesa es uno de ellos lo dirá el futuro, si es que lo hay. Hoy es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Faltaría más. Y no tiene que llevar por obligación calzoncillos rosas.
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