Cristina López Schlichting
Bobos del tó
Arturo Pérez Reverte hizo hace poco en televisión un interesante análisis sobre las consecuencias del desprecio padecido por los emigrantes en Cataluña. No es nada nuevo, todos tenemos amigos andaluces o extremeños que fueron objeto de burla porque hablaban con acento del sur. Señalaba el escritor que muchos de los acosados son hoy independentistas acerbos, empeñados en quitarse de encima el baldón de la persecución. Fue en este sentido que comentó que no le extrañaría que Gabriel Rufián hubiese sido golpeado de niño por sus compañeros. Rufián salió al quite en un tuit afeándole a Reverte que banalizase el «bullying» y, a continuación, la alcaldesa de Barcelona se sumó al carro y repiqueteó lo del acoso escolar y la falta de sensibilidad en otro mensajito. Si era demagógica la respuesta de Rufián, la de Ada Colau resultaba patética porque, a la hora de la emisión de la entrevista de Pérez Reverte, había estado en Sálvame, lo que no sólo le había impedido verla, sino al parecer, asesorarse sobre lo dicho. En definitiva: el de ERC y la de En Comú Podém pusieron verde a Arturo por lo contrario de lo que había dicho, a saber, que el «bullying» es malísimo.
En el origen de esta calumnia no sólo hay mala fe, sino deformación. La de quien vive tan deprisa y superficialmente que no procesa la información que recibe. El puñadito de caracteres de los tuits, los pies de foto de Instagram o las postales de Facebook nos están desecando el cerebro. Nos hemos habituado de tal manera a fagocitar lo que no son sino meros titulares que nos resulta ya imposible leer un libro, escuchar una conferencia o atender un discurso mínimamente elaborado. Ocurre, sin embargo, que la mayor parte de las tareas culturales o educativas requieren de un formato distinto al tuit. La consecuencia es que las personas apenas aprenden ya.
Me ha resultado revelador el discurso de un ex vicepresidente de Facebook que ha entonado el «mea culpa» por su trabajo en una compañía que, a su juicio, está destruyéndonos. Chamath Palihapitiya explica que las redes sociales explotan «los ciclos de realimentación a corto plazo impulsados por la dopamina». En román paladino: que la excitación que produce el constante impacto de nuevas noticias produce adicción. Los usuarios de redes sociales se hacen adictos a constantes estímulos e incapaces de atender a explicaciones largas.
Hace tiempo que percibo esta creciente dificultad de la audiencia para «recibir» materias y exposiciones complejas. Hace apenas siete años dirigía en COPE un programa de radio (La Tarde) con espacios de música clásica, historia de España o educación sexual. Actualmente sopeso cada tema de arte, filosofía o política internacional que llega a mi mesa. A menudo abandono el empeño de plantear en antena tales materias porque percibo que los oyentes están tan acostumbrados a recibir información rápida y «caliente» y que apagan la radio o hacen «zapping» si se les aburre. Me pregunto cuánto tiempo tardarán las redes sociales en descalcificarnos mentalmente del todo.
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