Julián Cabrera

Café asimétrico

A la espera de que se reúna el consejo de política fiscal y financiera, andan estos días enzarzados Gobierno y presidentes autonómicos en un espeso debate sobre la conveniencia de un modelo «asimétrico» que canalice los objetivos de déficit territorial. No hacía falta ser la Sibila para verlo venir.

En alguna ocasión hemos recordado que el actual modelo autonómico, aun habiendo arrojado claros beneficios en los últimos treinta años, no tenía mimbres de eterna duración, al menos tal como se había concebido desde un principio, con el «café para todos» impulsado en tiempos de la UCD por Clavero Arévalo. Dos elementos añadidos de similar envergadura han venido a corroborar que el sistema precisaría de una revisión:

Uno, la crisis económica y las consiguientes exigencias de Bruselas que han puesto fin a las alegrías del pasado, tanto en el gasto como en el incremento de estructuras administrativas. El otro, el órdago soberanista en Cataluña, curiosamente simultáneo al esperanzador –que no definitivo– fin de la violencia etarra en el País Vasco.

Y en este punto, con unas autonomías que sí han cumplido con los deberes de los ajustes y otras que por distintos motivos no lo han hecho, surge sin distinción de colores políticos en los gobiernos, el interrogante de si la fórmula «asimétrica» no alberga un liviano síndrome de aprobado general.

Seamos claros: autonomías ha habido a la hora de gastar, pero no de corresponsabilizarse de ello en el plano tributario; los fondos llegaban vía transferencias y el resultado que ahora pagamos ha sido el de un déficit crónico. Si la solución es la asimetría bienvenida sea, sobre todo si sirve para que no se gaste ni un nuevo céntimo de euro en informes como los manejados en alguna «embajada» catalana situando a España como «potencia opresora» y «metrópoli agresiva».