José Antonio Álvarez Gundín
Caja, pasta, casta: de cajón
El Gobierno cometería un error de graves consecuencias electorales si no entra a saco en el escándalo de Caja Madrid. No es otro caso más, es la tormenta perfecta de la corrupción, la que legitima el discurso corrosivo de Podemos. Para empezar, es la «casta» al completo, como dice Pablo Iglesias, la que está enfangada hasta el cuello. Mientras engañaban a los jubilados y a las amas de casa con la estampita de las preferentes o desahuciaban al parado por el impago de dos recibos, los consejeros hacían piñata sin distinción de ideología y anotaban el desfalco en el capítulo de los desastres naturales. En vez de velar por los intereses del cliente, que era su obligación, se comportaron de forma obscena, como un pequeño ejército avariento que se arrogaba el derecho de hacer botín con el dinero de los ahorradores.
Pero no se trata sólo de un puñado de oportunistas, sino de cómo se ha gestionado en los últimos diez años la caja más importante de España, en la que habían depositado su dinero y su confianza siete millones de impositores, pensionistas, autónomos y comerciantes. Más aún: no es admisible que los contribuyentes apechuguen con un rescate de 40.000 millones de euros y nadie les informe de cómo, cuándo y quiénes originaron, con nombres y apellidos, ese gigantesco agujero negro que va desde Galicia hasta Andalucía y desde La Mancha a Cataluña, con el epicentro en Madrid. El desfalco de las tarjetas es sólo la punta del iceberg y no se limita a la caja madrileña. Hay más basura oculta en los balances que nadie parecía fiscalizar, ante la que el Gobierno debe empuñar el pico y la pala. Por ejemplo, a través de Hacienda y del Banco de España, tiene la obligación de revelar a la opinión pública cuántos créditos condonó Caja Madrid y las otras nueve cajas (Caja Sur, CAM, Catalunya Caixa, etc.) a los partidos políticos y sindicatos, cuántos a los amiguetes, cuántos enjuagues ruinosos se urdieron bajo cuerda. También tiene que desvelar por qué las empresas auditoras, incumpliendo su función más elemental, ocultaron las corruptelas bajo las mullidas alfombras de los presidentes: ¿quién y cuánto cobraron por ello?... Jehová no perdonó a las ciudades corruptas porque entre sus vecinos no había ni siquiera diez hombres justos. De los 86 consejeros de Caja Madrid, sólo cuatro actuaron con honradez, según parece. El PP, que tuvo en sus manos el control de la entidad, haría bien en releer el Génesis: de lo contrario, pagará en las urnas lo que otros se gastaron en placeres con el dinero de todos. Le espera, además, una decena de cajas llenas de cocodrilos y ya está tardando en cazarlos.
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