Ramón Sarmiento

Cambio y recambio

Parece que el líder de Podemos no contaba con el avance electoral de Ciudadanos. Tal acontecimiento le ha merecido una reflexión idiomática: «Es importante distinguir entre el cambio y el recambio. Son cosas diferentes», sentenció. Y tanto que son diferentes; en un caso, te pueden dar el cambiazo: «cambiar fraudulentamente y con engaño una cosa por otra»; y, en otro, te pueden dar gato por liebre: «engañar en la calidad de algo por medio de otra cosa inferior que se le asemeja». Para la Real Academia y para el común de los mortales, «cambiar» significa trocar algo; mientras que «recambiar» es volver a trocar algo. No obstante, cambio es una palabra polisémica, con múltiples acepciones tanto en las ciencias humanas como en las sociales. Proviene del latín vulgar «cambiare» que quiere decir intercambiar, sustituir una cosa por otra. Luego, por abstracción y generalización del uso, llegó a designar el paso de un estado a otro: cambio psicológico, social o político. Hoy cuenta ya con una amplia variedad de acepciones como las sugeridas por los términos desplazamiento, movimiento, alteración, ajuste, modificación, evolución, desarrollo, reforma, transformación, revolución, ruptura. Así, en la historia de las ideas, la noción de cambio es indisociable de la polaridad que se establece entre permanencia (estructura) y cambio (duración). Es un debate que se remonta a los filósofos presocráticos; en concreto, a la oposición entre «todo pasa» de Heráclito y «todo permanece» de Parménides. Desde entonces, el cambio ha impregnado el pensamiento de los filósofos: el cambio dialéctico de los alemanes Hegel y Marx; la dialéctica existencialista y fenomenológica de Sartre y Merleau-Ponty; y la teoría del campo psicológico del americano de origen alemán Kurt Lewin. A los políticos, en cambio, nunca les ha interesado sumergirse en profundidades lingüísticas. Podrían perecer ahogados. Pese a todo, el cambio está todavía por definir.