Luis Alejandre
Cameron
Días amargos, los del premier del Reino Unido.
Debe estremecer el alma ver y oír a un monstruo, cobarde como todos los que se cubren la cara, fichado policialmente como «Yihadi John», el mismo que apareció degollando a dos periodistas norteamericanos –James Foley y Steven Sotloff– lanzándole una soflama acusadora: «Este hombre –David Haines– tiene que pagar el precio de tus promesas –y pronuncia lentamente su apellido, ''Cameron'', de armar a los kurdos contra el estado islámico». (Evito las mayúsculas porque no le reconozco ni como Estado ni como representante del Islam).
Haines, escocés que trabajó como ingeniero en la RAF durante doce años, se dedicó después a la ayuda humanitaria vía la ONG francesa ACTED (Agencia para la Cooperación Técnica y el Desarrollo). ¡Así le han pagado estos cafres!
Cameron sabe que algo más de 700 compatriotas suyos forman parte de estas brigadas internacionales yihadistas y le preocupa no sólo lo que hacen en Oriente sino cómo se relacionan y cómo se relacionarán a su regreso con otros miembros que viven en su país. Francia estima otros 700; España, medio centenar según las últimas informaciones; Bélgica 300; los países nórdicos mas de 200; Rusia 800; Túnez 3.000; Argelia 200; Libia 600; Arabia Saudí 2.500; Líbano 900; Egipto 360; Turquía 400... Así hasta sumar los entre 20.000 y 35.000 combatientes, según cálculos de la CIA, formando inicialmente el ISIS (Estado islámico de Iraq y Levante) y hoy defensores de un califato, de fronteras y consecuencias impredecibles.
Es decir que Occidente «alimenta» con ciudadanos que ha acogido y formado, a unos fanáticos, enemigos de nuestra propia cultura y forma de vida. Siguen haciendo llamamientos al reclutamiento y no sólo de combatientes: necesitan «fugahas», expertos en jurisprudencia islámica, médicos, ingenieros y técnicos en comunicaciones. Vienen del caos que se asentó en dos países de la región y administran e imponen la opresión y el sectarismo entre una población de 11 millones de habitantes. Su líder Abu Baker al Bagdadi se autodenomina «califa de todos los musulmanes».
No han llegado aun hoy a las puertas de Viena como en 1529 pero sí supieron conquistar Mosul y devastar su banco central, del que se llevaron 400 millones de dólares. Los tenemos esparcidos por nuestro mundo, entre nuestros hijos, entre nuestra blanda y enferma conciencia de seguridad.
David Haines –además–, era de Escocia, la entrañable parte del Reino Unido que, precisamente hoy 18 de septiembre, arriesga no sólo su futuro sino el futuro de Europa, la que debe estar fuerte y unida para enfrentarse a la expansión de este califato, para defender como lo hizo un heroico Nicolás Graf Salm a sus setenta años, las «puertas de Viena» de nuestra cultura, para luchar y vencer si es preciso en otro Lepanto como hizo D. Juan de Austria.
El pasado lunes se reunió en París una preocupada diplomacia internacional. Prácticamente todos los países participantes tienen «brigadistas» enrolados en el califato. Veinticinco países europeos , asiáticos y árabes –excepto Teherán– que no alcanzaron compromisos concretos debidos a «prudencias diplomáticas» a corsés parlamentarios, a condicionantes como los de China y Rusia que marcaron unas líneas rojas a no sobrepasar en Siria. Por esto sólo se habló en los comunicados oficiales de Iraq. Europa no se presentó como tal, sino país a país. España – más que cauta– alegó que no había recibido una petición concreta y que se debía a consensos parlamentarios. ¿No son suficientes los degüellos de periodistas o las masacres de civiles en imágenes difundidas por estos bárbaros sólo con el objetivo de aterrorizar? ¿Y si los periodistas fuesen españoles? ¿Qué es la estrategia comprensiva, expresión utilizada por nuestro Ministro de Asuntos Exteriores? Australia ya anunció el preposicionamiento de 600 efectivos –Fuerzas especiales incluidas– en los Emiratos Árabes. Aviones franceses e ingleses ya sobrevuelan la zona junto a los norteamericanos. Hasta el secretario de Estado Kerry reconocía que serían necesarias fuerzas sobre el terreno.
Imagino que en el ambiente de la conferencia de París sobrevolaba, aunque no se declarase abiertamente, el reconocido fracaso de la Comunidad Internacional en Iraq. Y alguien debía recordar a Rumsfeld, aquel secretario de Estado norteamericano más interesado en la industria de armamento de su país, que en mantener la columna vertebral que sostenía el Iraq de Sadam, su Ejército. Hubiera sido suficiente relevar a su cúpula y depurar concretas responsabilidades de violación de Derechos Humanos. Pero desarmar a un país, para rearmarlo a continuación a base de grandes inversiones de los países donantes , tiene enormes riesgos. Ya los pagamos ahora.
«No hay más tiempo que perder», repitió Hollande. Yo añadiría: demasiado tarde, incluso. Pero es momento de obrar, de conjuntar, de decisiones firmes, de asumir riesgos.
Mientras cierro esta reflexión, pienso en Cameron y en la jornada que le aguarda hoy, 18 de septiembre, cuando difícilmente puede abstraerse de aquella mirada terminal de un buen compatriota, que al dictado de un terrorista, le imputaba su muerte. ¡Mis respetos hoy, David Cameron!
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