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Política

Francisco Marhuenda

Camino a ninguna parte

Camino a ninguna parte larazon

Un buen amigo me definía el errático proceso soberanista emprendido por Artur Mas, con la entusiasta aquiescencia de CiU, como un camino a la nada. Desde la Transición hasta nuestros días, los presidentes del Gobierno y una buena parte de los políticos españoles han caído en el error de creer que era posible integrar el nacionalismo catalán en la gobernabilidad y que no existía un auténtico riesgo independentista. Es cierto que estuvieron impulsados por las mejores intenciones y siempre existía el contraste del horror que se vivía en el País Vasco por culpa de los atentados de ETA. Al final ha tenido que ser un político de segundo nivel, un tecnócrata que creció al amparo de Pujol y su familia, quien intente liderar el mayor pulso que ha vivido España en las últimas décadas. Lo inquietante de Mas es precisamente su escasa altura política y su trayectoria, porque necesita tanto sacarse la sombra de Pujol como demostrar que no es un personaje gris. He de reconocer que cuando le conocí jamás imaginé que acabaría convirtiéndose en «apóstol» de la independencia. Era un hombre del poderoso Prenafeta y mis amigos convergentes, incluido algún hijo de Pujol, decían que era un «bon noi». Un chico aplicado y con buena preparación en el ámbito económico. Era de confianza de la familia y podía ser una figura de tránsito, porque a Jordi Pujol no le podía suceder su hijo Oriol porque era demasiado joven. Felip Puig era demasiado impulsivo y visceral, por lo que el bueno de Artur era el candidato perfecto de la familia para ejercer de encargado de la «finca» hasta que el «hereu» pudiera entrar en posesión de su herencia.

Lo que ha sucedido finalmente es lo habitual en estos casos. Mas y Pujol hace años que no se hablan, salvo los habituales saludos de cortesía. Oriol y Felip están quemados y el auténtico hereu ha sido el gris burócrata que habían puesto transitoriamente al frente de la «finca». La crisis económica y tantos años de propaganda nacionalista han favorecido la eclosión independentista, aunque todo indica que el gran beneficiado podría ser ERC. El viejo concepto de burguesía catalana hace años que no existe y el poder convergente, siempre muy generoso con los afectos, se ha extendido hasta los lugares más recónditos. La corrupción ha confirmado que el «oasis», como cualquier oasis, es un lugar sucio y mal oliente que nada tiene que ver con la irreal imagen de las películas de Hollywood. Rajoy acierta con su política firme pero sin el radicalismo que desearían algunos. Hay que dejar que Mas destruya su proyecto como hizo Ibarreche.