Julián Redondo
Cárceles
En «Vacaciones en el infierno», a Mel Gibson lo encerraron en El Pueblito, un penal mexicano enclavado en el inframundo del submundo, más peligroso que una caja de bombas. Sevilla II es un centro penitenciario del siglo XXI en occidente, que no es lo mismo que el pozo turco donde purgó Billy Hayes (Brad Davis) en el «Expreso de medianoche». En Sevilla II se puede instalar una televisión en la celda si se adquiere en el economato. Del Nido ve la televisión, pero está en la cárcel, en el talego, en el trullo... Del Nido ve el fútbol si es en abierto, pero está en prisión, en chirona, en la trena... Y en presidio no hay libertad y hasta puede que las horas tengan más de 60 minutos y los días, más de 24 horas. Seguro que a él no le sirven estos versos de Santa Teresa: «¡Ay que larga es esta vida! / ¡qué duros estos destierros! / ¡esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida! / Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, / que me muero porque no muero». Hay lugares de recogimiento espiritual, como el convento de la Encarnación. Hay penitenciarías como aquella de Robben Island que encerró a Mandela durante 27 años («Nunca me he considerado un hombre como mi superior, ni en mi vida fuera, ni dentro de la cárcel»). Y hay Sevilla II, donde Del Nido puede ver partidos por televisión, en su celda, o jugar al fútbol oliendo el aire, que añora, que duele, del otro lado del muro, donde la pelota nunca acaba en los pies de un carcelero. «El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan», escribió Pablo Neruda antes de que Del Nido imaginara que llegaría a formar parte del elenco del «caso Minutas». La realidad supera a la ficción y el que la hace la paga.
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