Marina Castaño

Carmín en el cuello de la camisa

Entonces llega el marido a casa y le dice la mujer: «cariño, traes una mancha de carmín en el cuello de la camisa» y contesta él «habrá sido por algún empujón en el metro». Y ahí se termina todo. Lo malo es si el marido es el presidente de los Estados Unidos, que no va en metro y la disculpa se complica. Aun así no se achanta y explica «esta mancha se debe a la increíble calidez en el recibimiento en la celebración del Mes de la Herencia Asiático-Americana», y la bella Michelle, la perfecta esposa de los brazos perfectos contesta «¡Qué bueno, querido. Eso es producto de tu carisma y popularidad!». Nadie duda de la fidelidad de Obama, nunca ha dado motivos para ello, pero todos tenemos en la cabeza a otro demócrata, a Bill Clinton, que se cuidaba de no traer manchas a la Casa Blanca, sin embargo él no tuvo precaución de no dejarlas en el vestido negro de la Lewinski. ¡Qué revuelo trajo aquello, Dios mío, y cuánto tiempo ha pasado ya! El tiempo lo borra todo, hasta las manchas. Bueno, éstas las borra muy bien el jabón y la lavadora. Pero a mí me parece que esos lavados hay que hacerlos en la privacidad del hogar, que a nadie importan los cuernos ajenos, ni un gobernante es mejor o peor según su nivel de cachondez y de infidelidad. Lo que pasa es que hoy despiertan tanto interés como la gestión de gobierno... o incluso más. Hace unos días se hablaba de los ires y venires de François Hollande, que parece que casquivanea con alguien que no es la mujer con la que vive, que por cierto, no es su legítima. Y ni se menciona (por el momento). La disconformidad de los franceses con sugestión es lo importante, sus canas al aire no. Ellos opinan que cada cabeza aguante de sus cuernos.