Ángela Vallvey
Causas
En esta época, envilecida en tantas cosas, abundan las noticias sobre famosos que enseñan palmito. Desnudarse es tendencia. Eso sí: siempre por una buena causa. Que es lo mismo que decían las actrices del destape español: «Yo sólo me desnudo por exigencias del guión», para que no las confundieran en su pueblo con unas marranas ligeras de cascos. Las famosas enseñan la pechuga, en fotos con filtro «vintage» de Instagram, de esos que sacan sexy hasta a la mona Chita, que en gloria esté, para concienciar sobre el cáncer de mama. En realidad no importa que sólo logren concienciar a sus admiradores de lo buenas que están. El estandarte de una lucha justa parece que lo permita todo, de lo irrisorio a la autopromoción. Para «sensibilizar sobre el cáncer de testículos», por ejemplo, proliferan las fotografías de «celebrities» y tronistas varios agarrándose la masculinidad. Las buenas causas salen así muy baratas. Yo preferiría que extendieran cheques para investigaciones médicas. Es curioso cómo una terrible enfermedad como el cáncer puede servir de bandera para contrarrestar ese ridículo envuelto en un ligero hálito de obscenidad que sería publicar una foto cogiéndose los perendengues sin motivo aparente. Lo obsceno alude a las ofensas al pudor y las malicias tradicionalmente asociadas al sexo. Pero nada como una enfermedad –cualquier desgraciada plaga de la especie humana– para legitimar lo que sólo sería una burda provocación si no se escudara en ella. Hoy, agitar es harto dificultoso. Incluso llamar la atención resulta complicado. Hasta el concepto de obscenidad es relativo en nuestras sociedades socialmente pornográficas. A mí, verbigracia, me escandalizaría mucho más ver a un célebre depravado convicto y/o confeso por vergüenzas político-económicas apretujando su billetera en Facebook que a Jamie Oliver asiéndose salva sea la parte. Aunque concienciada ya estoy. Con la herida de la corrupción, digo.
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