Derechos Humanos
Cavernícola saudí
«Dejar de bombardear Yemen es como pedir que pare de pegar a mi mujer». La noticia no es que el descerebrado que ha dicho esta barbaridad propia del medievo más cavernícola es el embajador de Arabia Saudita en Estados Unidos. La noticia es que aún sigue en su cargo y que su fotografía no haya ocupado las portadas de todos los medios, algo entendible si nos guiamos por criterios estéticos o para evitar el consumo irrefrenable de medicamentos contra la regurgitación. Este símbolo de la torpeza elevado a su grado máximo es el príncipe Abdullah Al-Saud, responsable de la diplomacia en Washington, es decir, que es lo mejor que han encontrado en materia de sagacidad, habilidad, soltura, prudencia y tiento. Decía Churchill que el diplomático es una persona que primero piensa dos veces y finalmente no dice nada. Lástima que el embajador saudí no fuera a clase ese día. No es que sea machista por el vómito que soltó en respuesta a la pregunta de un periodista sobre si su país seguiría utilizando bombas de racimo sobre Yemen; es que después de expeler la náusea se echó a reír, suponemos que porque le hizo gracia. Seguramente se reía de cómo en Arabia Saudita se ahorca públicamente a los homosexuales colgándolos de una grúa en cualquier plaza, se decapita a los ciudadanos acusados de una infidelidad o se azota a las mujeres en plena calle por conducir, llevar pantalones, entrar solas en un cementerio, abrir una cuenta corriente o darse un baño en la playa sin permiso de su marido. Se reiría de cómo se violan constantemente los derechos humanos en el reino saudí o de las más de 10.000 muertes que los bombardeos de su país han causado en Yemen. Vamos, que el diplomático es de risa floja y fácil aunque nada contagiosa.
Por cierto, este personaje y el país que representa es uno de sus principales aliados del civilizado Occidente, donde nos rasgamos las vestiduras cada vez que escuchamos hablar de la más mínima violación de los derechos humanos. Quizá es de esto de lo que se ríe el embajador de la caverna. Se ríe de eso, y de paso, de todos nosotros.
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