Política

Cerebro reptiliano

Hace seis meses nadie pronosticó que Vox iba a alcanzar el 11% de los votos en una región como Andalucía. Es probable que cualquier analista político o experto demoscópico hubiese tachado de imposible un resultado semejante.

Sin embargo, a día de hoy, todos los debates, análisis y elucubraciones giran en torno a los posibles nuevos escenarios en la política española.

Hay disciplinas, como el neuromarketing, que se fundamentan en la teoría del cerebro triuno, en la que existe un cerebro reptiliano, no racional, egoísta y superviviente, cuyas decisiones prevalecen sobre los otros dos cerebros, que incorporan la racionalidad y la ética.

Esta rama de la ciencia se aplica a las ventas y la publicidad y su objetivo es fidelizar al consumidor, en lugar de clientes, quieren fans.

Algunos apuntan a un nuevo paradigma de conducta electoral no basado en la racionalidad sino en otras cuestiones emocionales que conectan con ese cerebro primario.

Según ellos, se pueden buscar explicaciones, estudiar el trasvase de votantes de unos partidos, pero intentar hacer una predicción basada en un modelo de comportamiento racional, puede ser equivocado.

No les falta razón, porque los populismos y los nacionalismos tienen muchas cosas en común, pero, sobre todo, el hecho de que la conexión con sus seguidores es emocional y anida en los sentimientos, no en la racionalidad.

Por eso, a los más cartesianos, cada acción nos sorprende. Lo esperable después de las elecciones andaluzas no era una extrema derecha que se destapase con ataques a las políticas contra la violencia machista, sino con otros elementos que le han granjeado el apoyo en las urnas, como la reducción del poder autonómico.

La lucha contra el maltrato machista no es de izquierdas ni de derechas, es de defender los Derechos Humanos y diluir la violencia de género en la categoría de violencia familiar es otra forma de maltrato a las mujeres: la de la ocultación de una realidad social.

La imposición de Vox deja sin opciones a Ciudadanos y al Partido Popular, han contaminado cualquier forma de acuerdo y, si Albert Rivera y Pablo Casado no han enloquecido, el camino en Andalucía es el de unas nuevas elecciones.

En buena lógica, Vox debería perder seguidores. Muchos ex votantes populares no les apoyaron para este tipo de propuestas y ni mucho menos para que su voto no sirviera contra el adversario histórico, el Partido Socialista en un sitio tan especial como Andalucía.

Pero la razón no es capaz de explicar muchas cosas que ocurren en los últimos tiempos en la política española.

Muchos dirigentes populares están alarmados ante la radicalización del PP, competir con Vox no es una buena estrategia, como no lo fue para el PSOE cuando compitió contra Podemos en 2015 y 2016. Asumir sus posiciones no va a devolver a los populares sus votos, para sucedáneos compran el original, pero, a la cúpula popular, no le alcanza la vista a verlo así.

También se puede pensar que los postulados provocadores de la extrema derecha pueden movilizar a la izquierda. Algunos aseguran que hacia la izquierda radical, otros creen que eso dependerá del PSOE.

Si el Partido Socialista afronta el nacionalismo y el populismo lejos de los intereses personales de poder, será la referencia de la civilización contra la barbarie. Si, por el contrario, el camino es el de la gobernabilidad con los independentistas, el electorado podría encontrar argumentos para no comportarse racionalmente.

Pero que los grandes partidos se equivoquen no significa que a los ciudadanos no les quede mas remedio que votar a los populismos radicales, que son un peligro para la convivencia democrática. La responsabilidad es de cada uno de nosotros.