María José Navarro

Check

El pasado miércoles por la tarde mandé un mensaje de WhatsApp y, de pronto, me apareció el símbolo de enviado en azul. No siempre, no en todas mis conversaciones, pero a medida que pasaban las horas, iba incrementándose el número de clicks azules. Al principio no le di importancia hasta que me enteré de que la cosa funciona como un chivato que te permite saber que el destinatario ha leído tus frasecitas. Es decir, en gris significa que ha sido recibido pero hasta que no torne en azul no se puede dar por concluida la misión. Dicen los ideólogos del mecanismo que puede ser fundamental en relaciones de trabajo y que hasta el Tato (que diría Rajoy) lo demandaba. Los defensores aseguran que será operativo en el control sobre el uso que hacen los hijos del teléfono móvil y que se podrá mantener mejor el hilo de una conversación. Sin embargo, queridos niños, los que manejan este invento del demonio desde hace tiempo en ese y en otros servicios similares han dejado claro con sus datos cuál es su verdadera utilidad: en dos mil trece, el doble check de los coj**** rompió veintiocho millones de parejas en todo el mundo. Ya no hay excusa ni lugar donde esconderte de los reproches de tu churri o churra porque sabrá si has tardado más de la cuenta en responder, igual que puede conocer si estás en línea y localizar cuándo ha sido la última vez que han usado el WhatsApp. El remitente corre el riesgo de obsesionarse y el destinatario de notarse presionado para contestar velozmente y evitar un problemón. Lo dicho, inventos del diablo tecnológico que yo creo que trabaja para la web de los solteros más exigentes, ¿no?