Alfonso Ussía

Choque anímico

Un número considerable de mis gentes preferidas, es decir, de mis lectores, creen que las historias o anécdotas que incluyo en los artículos para adornarlos y hacerlos más sonrientes, son producto de mi invención. Les confieso humildemente que en su mayoría responden a la realidad, y que carezco de la imaginación precisa para crear sucedidos tan divertidos y extravagantes. Se habla del Hijo Pródigo, un perfecto sinvergüenza al que se le trata excesivamente bien. En el Hermitage de San Petersburgo se puede admirar el abrazo del padre generoso al fresco de su hijo ante la mirada despectiva del hijo normal, trabajador y obediente. Y escribo que se puede admirar porque lo firma Rembrandt, al que mi querido Antonio Mingote definía siempre entre exclamaciones: «¡Joé, qué tío!».

«Gusgús» Morani, uno de los lugartenientes de Capone, no fue tan bondadoso como el padre de la Parábola. Su hija se largó con Pietro Marsi, un pistolero de baja estofa, y una noche del mes de mayo, «Gusgús» los sorprendió en el lecho y acabó con la vida de su hija y de su semental, simultáneamente. Ni la exagerada bondad y capacidad de perdón de uno ni la brutalidad del otro. Lo preferible es un término medio, una frialdad manifiesta sin perder la cortesía que impone una buena educación. En resumen, el saludo de Aznar a Rajoy y viceversa a la llegada del actual Presidente del Gobierno al campus de FAES. Término medio, si bien más cercano a la actitud de «Gusgús» Morani que a la del padre del Hijo Pródigo.

Rajoy fue con Aznar ministro de casi todo, y después de ministro, sucesor a dedo. Esa larga relación y posterior muestra de confianza exige una cierta cordialidad en público. Pero no. José María Aznar tiene muchas y reconocidas virtudes, pero no destaca entre ellas la de la simpática espontaneidad. Es seco. Y Rajoy, que es más abierto y con más sentido del humor que Aznar, cuando está enfadado también se le nota. Hubo un momento en el saludo en el que pudieron volar collejas y pellizcos dolorosos. Sus manos se mantuvieron unidas unos pocos segundos, como si estuvieran sudadas y a los dos les diera bastante asco el pringue rezumado de sus respectivos miembros. Y el paseo hacia el edificio en nada se asemejó al que protagonizaron el barón Von Trapp y María desde la pérgola del jardín hasta las puertas del castillo, al menos, en la versión de «Sonrisas y Lágrimas». Entre dos jabalíes de Sierra Morena se pueden dar gestos y gruñidos más afines a la cordialidad que entre Aznar y Rajoy en los tiempos actuales. Animadversión absoluta, recelo de piel y ausencia de química entre los dos seres deambulantes. Como aquel tío rodeado de sobrinos que inesperadamente le arreó una bofetada a uno de ellos. Y la madre del niño agredido que preguntó: –Tío, ¿ por qué ha pegado al niño?–; –porque es muy feo y me da mucho coraje–. Una situación insalvable.

Posteriormente, en sus intervenciones, se demostró que la brecha sigue abierta y que han saltado los puntos de sutura. Aznar, a su manera le dijo a Rajoy que no está gobernando bien, y Rajoy, a la suya, le dijo a Aznar que tuviera paciencia y aguardara al final de la legislatura para analizar los resultados de su Gobierno. En mi opinión, Aznar tiene toda la razón al pedir un considerable consuelo fiscal, y Rajoy no desatinó rogándole a su mentor más serenidad. Lo fundamental no estuvo en el aula, sino en el saludo del jardín. Nunca volverán a ser dos corazones latiendo al unísono, como escribió Pelhan Grenville Wodehouse.