Alfonso Ussía
Chorrada
Me parece bien que, dentro de la legalidad, España dificulte el agradable pasar de los gibraltareños. Ellos, fuera de la legalidad, están dificultando la vida de nuestros pescadores. Gibraltar no merece una guerra, sino un mamotreto de incordios. Hay que incordiar. España y el Reino Unido son Estados amigos y aliados y lo de la «Royal Navy» y su despliegue es un asunto pactado desde meses atrás. Aunque los más exagerados se refieran a una «peligrosa situación», lo único que puede suceder si los ingleses insisten en lanzar bloques de hormigón a los fondos marinos españoles es que los gibraltareños, en lugar de cuatro horas, necesiten siete para llegar a sus apartamentos o chalés de Sotogrande. Y otras siete para volver a Gibraltar, allí a la vista, que en los días claros y sin calima se pueden apreciar sin dificultad los rabos de las monas. Se trata de poner piedras en el camino que asfaltaron a costa de los españoles Moratinos y Trinidad Jiménez, a la que ya felicité hace un par de días por su boda y lo hago nuevamente con muchísimo gusto.
Se dice que Picardo, el que manda en Gibraltar, va a ser invitado de honor en la septembrina «Diada», que es un día rarísimo por lo mucho que se enfadan los que lo celebran. Si Picardo viaja en coche desde Gibraltar a Barcelona, tendrá que añadir a las nueve horas del viaje por carretera, las siete imprescindibles para cruzar la frontera entre España y la colonia. Le recomiendo un vuelo Gibraltar-Londres, para allí embarcar en el primero que se dirija a Barcelona, en cuyo aeropuerto del Prat le esperará alguien con toda seguridad. Todo menos que lo confundan y sea tratado como un andaluz cualquiera, aunque todo es posible, porque en la «Diada» los catalanes se ponen de muy mal humor, y ya me explicarán algún día los motivos de su crispación patriótica. Me refiero a los celebrantes, no a los que hacen su vida normal, se quedan en sus casas, pasean a sus niños, comen en los restaurantes y cafeterías y por la tarde van al cine, que son una abrumadora mayoría.
Por mi parte, me declaro feliz por la invitación a Picardo. Se trataría de un nuevo paso hacia la independencia o una aproximación del separatismo catalán a un «status» de colonia. Colonia francesa, colonia inglesa o colonia valenciana, que está al ladito. Solución inteligente. Cataluña se separa de España y se convierte en colonia de Valencia. Y como Valencia no tiene la menor aspiración de desgajarse de España, Cataluña continúa formando parte del mapa en su condición de colonia valenciana. En «El Rey» de Ionesco se pueden sacar ideas al respecto. En un lío de herencias, uno de los hermanos que heredó parte de un proindiviso que sin dividir era un hermoso campo de mil hectáreas, decidió independizarse de sus catorce hermanos. Mil hectáreas divididas entre catorce pasan de considerarse un hermoso campo a convertirse en un campo parcelado. Los trece hermanos agraviados decidieron incordiar al escisionista. El hermano díscolo había vallado su propiedad, y los hermanos por la noche movían la valla un par de metros, de tal modo, que al cabo de seis meses al separatista sólo le quedaba una encina. Finalmente aceptó la situación familiar y compartió con sus hermanos una prodigiosa dehesa con una ganadería de cerdos ibéricos muy reclamados por el mercado. Los catalanes separatistas, con la inestimable ayuda de los socialistas y comunistas valencianos, llevan años intentando colonizar el Reino de Valencia. Si los valencianos que se sienten españoles hasta la médula –mayoría absoluta– reaccionaran como los hermanos de la dehesa, el asunto quedaría zanjado en muy pocos años, y en lugar de la murga de los Países Catalanes nos toparíamos con unos Países Valencianos españolísimos, con Valencia de capital y Barcelona, sede de su condado. Sin olvidar a los aragoneses, que también tienen sus derechos, como lo demuestra la segunda equipación del «Barça».
En fin, que me he ido por los cerros de Úbeda. Y lo malo es que no tengo espacio para descender porque carezco del espacio suficiente. Una chorrada de artículo, tan grande como la de invitar a Picardo a la malhumorada «Diada» de septiembre.
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