José Luis Alvite
Chupa de cuero (I)
Serían las diez de la noche. Invierno cerrado. «La Colorada» vino por el periódico, se quitó aquella chupa de cuero que le venía grande y me dijo: «Quédatela. La robé esta mañana para ti. Es mi regalo por el cariño con el que tantas veces hablaste mal de mí. En un hotel de medio pelo el juez levantará mañana mi cadáver con una carta para ti».Yo estaba liado con el trabajo y no hice mucho caso. Pensé luego que se estaría mojando bajo la lluvia y salí en coche a rastrearla. Vestía suéter de lana gris y vaqueros muy ajustados sometidos con botas de caña alta. Era audaz, triste y solitaria. En una ocasión la detuvieron al confundirla con una terrorista del Grapo y me vino con las quejas porque «una mujer como yo no le haría a nadie tanto daño que no pudiera darle después los buenos días». ¿Y dónde diablos se habría metido bajo la maldita lluvia? Me preocupaba que hubiese tocado fondo y cometiese un disparate. En realidad «La Colorada» había carecido siempre de la frialdad y de la entereza que aparentaba. Yo contaba a menudo sus delitos y sus sueños, su peligro y su belleza. Me atraía aquella muchacha inacabada que sonreía con dolor y en invierno olía como un perro al que se le hubiesen podrido en la piel las caricias. Una noche me salió al paso en la calle, arrimó sus labios a los míos bajo un aguacero y me dijo: «Me gusta cómo me muerdes en tu periódico porque tienes siempre un detalle que me agrada y me conmueve. Destapas juntos mi vanidad y mi odio. Me tienta que me hagas daño. ¿Sabes, cabronazo?, es como si cada vez que escribes de mí me golpeases con un látigo hecho con la piel de un beso». Recordé el amianto de su aliento mientras la buscaba en mi coche bajo la lluvia. Temía que se hubiese ahorcado dentro de mí.
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