Alfonso Ussía

Chusma

La Razón
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La manifestación de Barcelona a favor del yihadismo y en contra de las víctimas de los terroristas islámicos se resumió en la chusma. El Rey eligió ir, eligió ser diana de los infames, eligió ser la presencia de España, y creo que acertó. Entre Puigdemont y Colau le organizaron una encerrona de la que salió digno y airoso. A izquierda y derecha del Rey, dos moritas sonrientes. Podrían haber buscado a dos familiares de los inocentes asesinados. Aglomeración paleta. Anfitriones de terroristas llamando «terrorista» al Rey. El falso buenismo separatista en busca de musulmanes para ser abrazados. Además de al Rey, a quienes insultaron los aldeanos y la ultraizquierda fue a los muertos y a los heridos, a quienes arrinconaron en el olvido. «¡Refugiados sí, españoles no!» ululaban las bestias. El jabalí que hizo de anfitrión de Otegui junto a Rufián y Llach, el del condón carmesí occipital, insultó al Rey al que le hizo responsable de vender armas. Un despropósito. Aquella maravillosa ciudad convertida en caverna de odio y simpleza. Pablo Iglesias con el embajador de Qatar, acatando órdenes iraníes. Se le preguntó por el dinero y la financiación de Irán, Estado asesino, y respondió con subido cinismo. «Así es la geopolítica». Cínico y cursi.

Las estrelladas en la cabeza de la marcha. Estrelladas e insultos. Más atrás, los manifestantes sin voz y sin banderas, muchos de ellos avergonzados. El mensaje «No tinc por», iba más dirigido a España que a al ISIS. Y la bobada de «No a la islamofobia». Muchas banderas separatistas flameadas por musulmanes. Qué casualidad. Los manteros de Las Ramblas, como el día del atentado, desaparecidos. Curiosa la desaparición de los manteros. Todavía eran quince los asesinados. Hoy son dieciséis. Como si hubieran sido doscientos. Ellos eran la excusa, no el objetivo. Aquella maravillosa ciudad convertida en un villorrio de odio encanallado.

Cuarenta años de enseñanza del odio a España son muchos años. Les dieron todo los gobernantes cobardes y acomodaticios. Ninguno se salva, exceptuando a Leopoldo Calvo-Sotelo al que le faltó continuidad. Suárez, Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy. En ese tiempo, millones de mentiras clavadas en las mentes de los niños y en las oquedades de los necios. Y un silencio cómplice de la burguesía, la alta y la baja, de Cataluña, apesebrada, colaboradora, silente. Aquella maravillosa ciudad convertida en el núcleo del provincianismo más atroz.

Luchamos y lucharemos para no perder un trozo de España que a todos los españoles le pertenecen. Y lo haremos para defender a los millones de catalanes que son los primeros en sufrir, cada día, la gastroenteritis de su sociedad en manos del fanatismo. Les voy a revelar una realidad triste. Donde veraneo, más de siete generaciones de familias madrileñas, barcelonesas y sevillanas fraguaron una amistad firme y perdurable, casi irrompible. Ya se ha quebrado. Se ha establecido, con las lógicas y valiosas excepciones, una cordial y educada relación de confusión y distancia. Madrid y Sevilla se han alejado de Barcelona, y no por casualidad. Gestos, opiniones y tics nacionalistas han agrietado una amistad compacta y secular. Que griten los barceloneses «¡refugiados sí, españoles no!» no se les antoja grave. ¿Por qué tanta antipatía?

La chusma del pasado sábado no lamentaba ni lloraba el crimen masivo de inocentes a manos de refugiados del Islam, mejor escrito, de islamistas terroristas infiltrados en la bonanza ingenua de la inmigración gratuita. La chusma era contra España, contra la Corona, contra la Constitución y a favor del independentismo. No lo van a lograr, aunque cada día se hagan más antipáticos. Podemos y el comunismo están con ellos, pero todavía –al menos por ahora–, somos más los españoles dispuestos a no permitir un grosero golpe de Estado contra lo que es tan nuestro como de los catalanes.

Y si por desgracia, algún día, el río del odio ahoga a los catalanes que se sienten españoles, a los ciudadanos que no tienen ganas de experimentos peligrosos, a los naturales de Cataluña que se ven obligados a someter sus costumbres a los crecientes invasores musulmanes –ya es una invasión–, tienen los separatistas una magnífica opción para alcanzar la independencia. Convoquen un refrendo legal, en el que todos los sujetos constituyentes, los españoles, seamos llamados a las urnas. Con su odio de ahora jamás lo conseguirán. Con las urnas legales, pueden llevarse una desagradable sorpresa. Es posible que el desprecio que sienten por el resto de España les procure el disgusto de concederles la independencia, es decir, situarlos en la ruina de todos y terminar con el negocio de los independentistas, que esa es su bandera, el dinero, el dinero y sólo el dinero.