Cristina López Schlichting

Claves para la reforma educativa

La Razón
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Creo que la reforma educativa debería garantizar muy pocas cosas, pero sólidas. Somos expertos en multiplicar reglamentos inútiles y farragosos. Primero, que no sean los últimos de la clase los que se hagan maestros, sino los más competentes y ambiciosos. Tiene que haber alguna manera para que, como en Finlandia, accedan a la docencia los más brillantes y ambiciosos, los que prueben mayor vocación. Segundo, que se vuelva a confiar en la autoridad del adulto, profesor o padre. La autonomía en las aulas es necesaria para la creatividad. Tercero, un eje sólido y corto de episodios históricos de obligatorio aprendizaje que garanticen el final de la leyenda negra ¿Cómo es posible que todos los españoles conozcan la Armada Invencible, un relato menor de una guerra que nuestro país ganó y que difunde la idea de nuestra incapacidad militar y que, en cambio, ignoren la historia de Blas de Lezo, un marino que venció a 30.000 ingleses con 3.000 hombres? Igualmente es preciso que todos los españoles estén orgullosos del poderío naval aragonés, de las gestas de los descubridores vascos y extremeños, del coraje frente a los árabes, del valor de todos frente a los franceses. Basta de versiones apócrifas de los hechos subvencionadas por autoridades locales con ansia de poder. ¿Por qué los niños saben los meandros del regato de su pueblo y la flora de su colina y desconocen que existen el Amazonas o el Himalaya? A la vez, algo ha de cambiar en la sociedad. Tener hijos y educarlos ha de ser, de nuevo, motivo de orgullo. ¿Por qué una carrera es más prestigiosa que la paternidad? En nuestra sociedad sólo se dedica tiempo y dinero a lo que da tiempo y dinero. Si no comprendemos que un chaval bien educado es una inversión para todos y una fuente de bienestar y felicidad, no habrá motivos para un esfuerzo que resulta penoso. La persona es importante, lo más importante de la sociedad. Las entidades civiles que procuran que esto se comprenda (iglesias, instituciones culturales, colegios, academias) deben ser especialmente cuidadas.

Deberíamos hacernos la pregunta de qué es educar. Como explica Caterine L´Ecuyer (Educar en el Asombro) tal vez estemos entrenando a nuestros hijos como robots destinados a triunfar en no se sabe qué oscura competición, en lugar de despertar en ellos la curiosidad por la realidad entera que ha movido a los grandes hombres. Puede que revisar nuestra obsesión por las extraescolares, los deberes infinitos y la supervisión infantil constante, sin tiempo ni autonomía para el juego, ayude a combatir trastornos y depresiones.

Finalmente, hay que mirar a los países punteros para determinar el papel de la tecnología en la educación. No debería dejarnos indiferentes que las mejores escuelas de los Estados Unidos estén desterrando los ordenadores y dispositivos electrónicos hasta los doce años. Se ha comprobado que la escritura manual es decisiva para el desarrollo de la bilateralidad del cerebro. Y que la estimulación precoz genera ansiedad, hiperactividad y falta de atención.