Cristina López Schlichting
Combatir el miedo
El miedo nos confunde. Creemos saber lo que ignoramos. Dictamos reglas internas para parapetarnos del dolor y nos perdemos la vida misma. Varias veces había entrevistado a Pablo Pineda como si fuese «tonto», considerando –la tonta era yo– que este universitario con síndrome Down habría sido aupado académicamente por la discriminación positiva. Cara a cara en el estudio, he hecho las preguntas que no me había atrevido a hacer cuando, a pesar de su título en Magisterio y Psicopedagogía, me dirigía a él como si fuese un menor. Llegó solo a Cope y estaba despachando las redes sociales en su smartphone cuando nos encontramos. Comentó su preocupación por la presentación, mañana en Málaga, de su libro «Niños con capacidades especiales». «Las 11:30 no es buena hora». En un maratón deslumbrante me ha zambullido en su corazón: «Los síndrome Down somos muy empáticos –habla exactamente así–, percibimos mucho afectivamente y lloramos y reímos estrepitosamente, pero también por eso nos cuesta controlar la impulsividad». Yo no daba crédito. «¿Que si somos felices? Claro, quizá más que la media, porque sabemos alegrarnos de las cosas pequeñas, las más importantes de la vida». Pineda ha sufrido. «La adolescencia es el momento en que se vive más rechazo. Sólo puedo decir que los que me ningunearon en Segundo de BUP, después me aplaudieron en Tercero. Los adolescentes son imprevisibles y cambiantes». Pablo lamenta que el sexo esté demasiado reducido a genitalidad y confiesa su dolor. «La gente piensa que un Down ha de salir con una Down... y yo noto cierta dificultad en este sentido. Por otra parte, me he declarado a chicas “normales” y siempre acaban diciendo que me quieren “como amigo”. Es duro». Pocos hombres conocen a las mujeres como este tipo, tan alejado del modelo «sex symbol» y tan absolutamente fascinante: «Hay que escucharlas y comprenderlas y es indispensable ser detallista. Pero lo que más valora una mujer de un hombre es su capacidad para meterse en la piel del otro, saber lo que piensa, siente, teme, lo que le preocupa». Pablo Pineda es un monstruo de sabiduría, un delicado exceso, una cúspide imposible. Como los mestizos o los emigrantes, nunca será de aquí ni de allí, pero justamente por eso nos permite a los de ambos lados asomarnos a otro mundo. Se va y me deja con ganas, como sólo me ha pasado con Antonio López o José Jiménez Lozano, con esos enfermos de sensibilidad que son los artistas. O con la gente verdaderamente religiosa. «La inteligencia está sobrevalorada. Cada persona es un tesoro, no debemos tener miedo».
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