Irene Villa

¿Cómo se supera?

«Lo único que seguimos pidiendo es lo de siempre. El Ministerio dio un paso enviando una carta... que nos sigan acompañando». Justo hace una semana nos hacíamos eco de la insoportable situación de unas familias, que tras cuatro años de burocracia y demás trabas para culminar un arduo –pero presumiblemente gratificante– proceso de adopción, se encontraban atrapadas en Etiopía desde el mes de marzo por un error en el procedimiento. Tras un juicio favorable y ya con sus hijos, su proceso fue paralizado por supuestas irregularidades cometidas por el orfanato de origen. En su desesperación, por la amenazadora temeridad de que les fueran arrancados sus pequeños tras cinco meses en su país natal –dejando sus vidas, trabajos, quehaceres y compromisos–, la ciudadanía se volcó con ellos, instando a nuestro Gobierno a intervenir con el fin de que hicieran «lo posible para que unos niños no se queden sin sus padres, de nuevo, y que unos padres no se queden sin sus hijos». Pero ni esa carta ha impedido que sean devueltos al orfanato.

Una vez más los intereses económicos fagocitan sin escrúpulos los derechos humanos. Lo que para los padres es un privilegio y una alegría, significa además una labor vital a favor de la infancia, pero se convierte en un suplicio. Tendría que haber una legislación mundial que facilite los procesos e impida los bloqueos de las adopciones o, por ejemplo, tener que devolver a los niños a los hospicios tras convivir con sus padres, porque esa sensación de abandono, por segunda, tercera o cuarta vez, ¿cómo se supera?