Conciliación

Compromiso con la decencia

La Razón
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Parece que algunas conmemoraciones, como el 8 de marzo, forman parte de una larga tradición, pero la lucha por la igualdad de la mujer es muy reciente en la historia de la humanidad.

En España, antes de la llegada de la democracia, las mujeres tenían fijada su mayoría de edad en los 23 años, no podían abandonar el domicilio paterno hasta los 25, excepto para casarse.

El Código civil era elocuente, el art. 57 sentaba las bases de la autoridad marital: «el marido debe proteger a la mujer y ésta obedecer al marido». El marido era el administrador único de los bienes del matrimonio, el representante de la mujer y poseía la patria potestad de los hijos.

Las mujeres no podían comprar y vender bienes, abrir una cuenta corriente, aceptar herencias o celebrar contratos etc. El Código Penal contemplaba el «uxoricidio por causa de honor», según el cuál, el hombre que matara a su esposa sorprendida en adulterio, sufriría tan sólo pena de destierro de su localidad y quedaba eximido de cualquier castigo si solo le ocasionaba lesiones.

Ese era el mundo real que vivieron millones de mujeres como nuestras madres, cuyo desarrollo vital o profesional quedaba para el ámbito de sus sueños.

Esto no era un déficit exclusivo español. En EEUU o Inglaterra, el imperativo marital y el papel hogareño de la mujer casada resultaba muy conveniente a los varones de todas las clases sociales, que cerraron filas para que las mujeres siguiesen desempeñando funciones de criadas sin salario para sus maridos con leyes discriminatorias.

La incorporación al mercado laboral solo se produjo en el siglo XX, como consecuencia de la Gran Inflación y la crisis y era orientada hacia empleos que fuesen «compatibles» con el rol de sumisión marital, es decir, a tiempo parcial y en sectores en los que no competirían con sus maridos.

La Constitución española de 1978 estipuló la «igualdad ante la ley» de todos los españoles. Millones de mujeres que nacieron y crecieron con leyes discriminatorias, fueron dignificadas jurídicamente. Pero esta concepción se queda raquítica, porque la igualdad no es un valor relativo, ni se puede trocear ni recibir por partes, no basta ser igual ante la Ley, hay que ser igual en el día a día.

Las mujeres dedican el doble de horas al trabajo no pagado en los hogares que los hombres, apenas tienen presencia en los puestos de poder, su sueldo medio es de 20.052 € frente a los 25.993 € que cobra de media un varón, sus pensiones son por término medio poco más de la mitad que la de los hombres y la mayoría de los contratos precarios y a tiempo parcial recae sobre las mujeres.

Hay personas que tienen prejuicios con los movimientos feministas por otros debates que les enfrentan, pero ésta es la exigencia ética de igualdad para todos los seres humanos, para que nuestras hermanas, hijas y sobrinas no vivan discriminadas respecto a nuestros hermanos, hijos y sobrinos.

En ocasiones es necesario romper un cristal para llamar la atención sobre alguna causa justa, eso es lo que representa la convocatoria de huelga feminista que han hecho las organizaciones feministas para el próximo 8 de marzo.

A ella se han sumado algunos partidos políticos y los sindicatos. Pero algo está cambiando cuando algunas voces, como la del Cardenal Osoro, se han pronunciado a favor de la defensa de los derechos de la mujer.

La Igualdad es el compromiso de una sociedad decente. No lo pudo expresar mejor la escritora Almudena Grandes, cuando dijo hace unos días que: «Las mujeres no aspiramos a ser más iguales, sino a ser absolutamente iguales».