Restringido
Con tus cámaras cocinaré una sopa
Embriagados por el juego de sillas parlamentario recordamos a aquellos míticos «lemmings» cuesta abajo en la rodada. Creemos ser centro del mundo en lo bueno y, sobre todo, lo malo. Pues dejen que les cuente. Aquí en EEUU ha palmado uno de los padres de la inteligencia artificial, Marvin Minsky, por cierto que galardonado con el premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en 2013, pero el circo mediático y la clac periodista sólo tiene gaseosa y pipas para jalear a Donald Trump. Su penúltima hazaña consistía en renunciar al debate de candidatos de hoy jueves mientras la cadena Fox no le baile el sillón a la periodista Megyn Kelly, acusada por Trump de tenerle ojeriza, tacharlo de misógino y montarle un pollo en el primer debate digno de las brujas de Salem. La televisión afirma que no permitirá que nadie dicte los moderadores o las preguntas. Mucho menos coaccionar a sus empleados. Desde la Estrella de la Muerte el equipo del candidato responde que «A diferencia de los imbéciles, penosos incompetentes que dirigen nuestro país hacia el precipicio, el señor Trump sabe cuando abandonar». Con típico recochineo recuerdan que los debates por las primarias eran un tiburón muerto y caminaban zombis hasta que la verborrea del multimillonario galvanizó al gentío mediante un agitprop (que significa «agitación y propaganda» y fue ideado por Gueorgui Plejánov, teórico marxista) con gran fanfarria y múltiples desplantes. Más que debate habría que escribir pugilato o refriega. Tal vez circo. Nadie desmentirá que la gente sintoniza los plúmbeos coloquios por escuchar al fulano que lejos de moderarse planea un tsunami. «El comunicado de Fox News es una desgracia para el periodismo», tuiteó Trump, «¿Quién podría decir cosas tan desagradables y estúpidas?». Es la gran tamborrada. Un combate entre dos entes, político y televisión, que se necesitan para respirar. A Trump le quitas lo reflejos áureos del peluquín, la sonrisa a medio desenfundar y a la corbata bermeja, todo bien sazonado bajo la fosforescencia de los focos y el chisporroteo del cableado, y te sale un centollo. Un califa del ladrillo. Un rico con el ego del tamaño de un rocual. A la Fox le hurtas el factor Trump, su coña truculenta, esta verbosidad como de proxeneta en una peli de Scorsese, y el público comienza a zapear hasta que delante del televisor no quedan sino las esposas e hijos de los candidatos. En esta riña Trump tiene todos los ases. Porque una cosa es decidir quién modera el coloquio y otra chapotear en los términos alfa impuestos por quien necesita contrincantes a los que situar al otro lado de la red y así justificar su necesidad de griterío. Cuando el medio, la tele, pasa a ser protagonista y comparte cartel con la estrella ya sólo le resta admitir que el guión lo escribe otro. O ruedas la película o actúas. A no ser que seas Chaplin y admitas la posibilidad de dedicar tus días al noble arte de la charlotada. A la Fox, en su animado jaleo con el aspirante, le corresponde el papel de comparsa. Cuanto antes lo evite menos votos para Trump.
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