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Julián Cabrera
Confesionario monclovita
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Es bien conocido que los dirigentes nacionalistas, sobre todo vascos y catalanes, siempre han tenido una inclinación táctica a decir públicamente una cosa en Vitoria o Barcelona y otra mucho más matizada, cuando no distinta, en Madrid. Por eso llama ahora la atención de forma más significativa la rotundidad de un formato de reuniones en La Moncloa –nos consta que especialmente productivas– entre líderes nacionalistas y presidente del Gobierno, con un carácter léase secreto, reservado o discreto.
Una primera impresión de los recientes encuentros de Rajoy el pasado miércoles con el lendakari Urkullu y días antes con el president Mas podría sugerir que quienes critican al Gobierno ante sus respectivas parroquias, prefieren que no haya ni luz ni taquígrafos llegado el punto en el que tienen que acudir a entenderse en determinados temas con el jefe del Ejecutivo central.
Sin embargo, la realidad es que, con independencia de un formato de encuentros cuestionable, con Urkullu ese entendimiento es más que óptimo a la hora de avanzar en la superación de la crisis y el fin definitivo de ETA y con Mas se está consiguiendo, a propósito de la urgencia de financiación, la entrada del líder convergente en los aledaños de un realismo político que arroja livianas señales.
Los periodistas que frecuentábamos La Moncloa en la última legislatura de González, apoyado en su escuálida mayoría parlamentaria por el grupo catalán, recordamos la famosa contestación del jefe de Gabinete Miguel Gil a la pregunta de si Jordi Pujol estaba en ese momento reunido con Felipe: «No me consta, pero no negaré que el vehículo del parking es el de Pujol». Estas reuniones de ahora, más discretas que furtivas, lo que vienen a demostrar es que el tablero político se mueve como nunca sobre todo en Cataluña y que CiU está moviendo ficha.
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