Fernando de Haro
Confianza
En España los que leen confían más en el sistema que los no que leen. El último barómetro del CIS puso de manifiesto que para los españoles la corrupción política se ha convertido en el segundo problema después del paro. Esa referencia, cruzada con el último Barómetro Edelman, un clásico en la medición de la confianza en todo el mundo, aporta un dato interesante. España es uno de los países que registra más nivel de escepticismo institucional. Y esa desconfianza es mayor entre la opinión pública no informada que entre la opinión pública informada. Dicho de otro modo: el descrédito de la clase política tiende a ser un estado de ánimo que no necesariamente se alimenta ya de noticias concretas sino de impresiones. En esa situación es difícil que sólo con las medidas anunciadas por Rajoy en el Debate del Estado de la Nación se pueda cambiar la situación. La aprobación en las próximas semanas de la Ley de la Transparencia será un paso adelante. Como puede serlo la regulación de los lobbies, el nuevo estatuto de los cargos políticos, la nueva normativa sobre las finanzas de los partidos, el refuerzo de las competencias del Tribunal de Cuentas y el endurecimiento de las penas para ciertos delitos. Pero hay que ser más contundente. Se lucha contra la percepción, en gran medida fundada, de que los partidos se lo guisan y se lo comen solitos. El patrimonio de confianza del que gozaban en la Transición se ha convertido en un malestar difuso que rechaza la partitocracia. El Centro de Estudios Constitucionales, por encargo del Ejecutivo, ha estado trabajando en una serie de propuestas para combatir la mala imagen de la clase política. Ha formulado una elemental: acercar los partidos a la sociedad civil. Sería muy conveniente tenerla en cuenta. El sistema electoral que nos dimos al inicio de la democracia alimenta las formaciones herméticas, autorreferenciales. Entonces eran necesarias. Ahora hay que cambiarlas. Hay propuestas interesantes para que los electores, como sucede en Alemania, puedan seleccionar qué candidato ocupa el escaño. No es exactamente un sistema de listas abiertas, pero es útil. Carlos Vidal, profesor de derecho constitucional y colaborador de este periódico, ha publicado un interesante libro: «El sistema electoral, una propuesta de reforma». Puede servir de guía. El cambio tiene que ser drástico, contundente. Para que llegue a todos, estén o no informados.
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