Aunque moleste

Siria, nuevo paraíso islamista

Emerge una dictadura religiosa que perseguirá y someterá a la comunidad cristiana

El entusiasmo por la caída del dictador sirio llega al extremo de aplaudir con entusiasmo a los cortacabezas que se han hecho con el poder en Siria, apoyados por Turquía y Arabia Saudí, y en la sombra por Israel, USA y la OTAN. Recordaba ayer Raad Salam, reputado teólogo católico de origen iraquí, que Al Assad era, en efecto, un tirano y dictador «laico», pero no un islamista radical como los que van a gobernar ahora, «terroristas vinculados a Al Qaeda y al Da’ash, cuyo líder es un asesino radical islámico que implantará una dictadura religiosa, mucho peor que la del régimen de Assad». Se repite la historia. Lo mismo pasó con el Sha de Irán en el 78, con Sadam en 2003, y con Libia y Yemen a propósito de las «primaveras árabes», revueltas subvencionadas por Occidente a través de sus cloacas en los servicios secretos, según reconoció Hilary Clinton en el Capitolio.

Decía Netanyahu que ayer fue un «gran día», igual que subraya Erdogan, por motivos distintos. Turquía aspira a convertirse en el gendarme islámico de la región, bajo la ideología que encarnan los Hermanos Musulmanes. Netanyahu aprovechará para avanzar en su proyecto de Gran Israel, sobre los restos de Palestina, Líbano y Siria, como paso previo a recuperar la «Tierra Prometida» de la que hablan sus tratados.

El conflicto, en realidad, apenas acaba de empezar. Tel Aviv intentará pescar territorio en río revuelto, lo mismo que Turquía e Irán, el primero para ampliar su influencia, y el segundo para mantenerla. Ha muerto el último país del panarabismo laico. La primera vez que estuve en Siria, en tiempos del padre del dictador huido, me llamó la atención la occidentalización: apenas se veían turbantes, velos, y ningún nicab o burka, ya entonces habituales en Irán o los estados del Golfo. El turismo era una industria más que floreciente. La comunidad cristiana, el 16, 2 por ciento de la población, estaba tolerada y protegida. Volví en 2015, en plena guerra civil. Decenas de morteros caían cada tarde sobre Damasco. Para entrar en el hotel teníamos que sortear alambradas, sacos terreros, vallas con muros de cemento y controles militares. Había que pagar en «cash» nada más pisar la recepción, por si tenías la desgracia de morir. Pero la ciudad seguía siendo muy occidental, con mujeres trabajando en puestos relevantes de los Ministerios, sin apariencia de vestimenta islámica, bien formadas y manejándose en un inglés fluido.

Bashar Al Assad era un dictador como tantos otros en la región, no peor de lo que puedan ser los gobernantes saudíes, que aquel año habían ordenado 150 decapitaciones públicas a espada, sin que Occidente dijera nada. Tampoco dice ahora nada negativo de Al Jawlani, a quien la CNN hace entrevistas placenteras, pese a la orden de búsqueda y captura contra él, por participar en ominosas matanzas de cristianos e infieles. Vestido como Fidel Castro, al estilo Zelensky, es el nuevo héroe de las trincheras mediáticas occidentales. Pronto será satanizado como Bin Laden, y la opinión sincronizada lo enviará a las tinieblas. Siria será ya un nuevo paraíso islamista, un estado fallido como Libia, sus territorios repartidos, y su población cristiana sometida a una persecución sin precedentes, ante la pasividad de Israel, Europa y Estados Unidos.