José Luis Requero
Consejos sobre los jueces
El curso próximo seguirá el protagonismo judicial. Desde hace unos treinta años abrimos los telediarios. Con aquel «caso Palazón», verdadero protoescándalo, salimos del anonimato y empezó a opinarse sobre nosotros; el nombre del juez Lerga –¿se acuerdan?– se hizo familiar. Las noticias judiciales salieron así de las páginas de sucesos para presidir la crónica política de la mano del terrorismo de Estado y luego de la corrupción; la de sociedad, con los crímenes pasionales luego llamados, ideología mediante, de género y han seguido las páginas de economía, deportes, programas de cotilleos varios, etc.
El riesgo de tal protagonismo es una valoración del quehacer judicial no ya sin rigor, sino carente de un conocimiento elemental pese al esfuerzo de comunicación del Consejo General del Poder Judicial. Toda una paradoja: que la Justicia tenga problemas de comunicación cuando por mandato legal y constitucional tiene que dar razón convincente de sus decisiones.
Ante el nuevo curso me atrevo a dar algunos consejos para juzgarnos a los jueces, consejos dirigidos no a los periodistas especializados que informan con profesio-nalidad sino a opinadores y también a los ciudadanos, porque la Justicia es como el fútbol: todos se sienten con autoridad para pontificar, lo que hace que en la baja valoración de los jueces influya bastante esa incomprensión. Ahí van algunos consejos.
Primero: no juzgarnos como a los políticos. El argumento del juez no es la oportunidad sino la legalidad –no descarnada sino prudente– aunque intervenga en asuntos con relevancia política.
Segundo: por lo anterior, no caer en la simplonería de valorar el trabajo judicial apelando a estándares de conservadores vs. progresistas, jueces de derechas o de izquierdas.
Tercero: no identificar «lo judicial» con los jueces. Sobre el gran escenario de la Justicia hay muchos actores: abogados, procuradores, fiscales, funcionarios diversos, policías, administraciones, legisladores, etc. Y el juez. Sus decisiones vienen condicionadas por lo que hacen, dicen o piden todos esos otros actores.
Cuarto: no opinar sólo sobre la base de lo que la prensa dice que dicen los jueces. Hay que leer –y entender– las resoluciones. Aun así, no siempre dan cabal cuenta de lo debatido. Sus destinatarios son las partes en el proceso, no el observador ajeno que se lanza a opinar sin saber cómo han defendido las partes sus planteamientos. Las resoluciones responden a ese debate, tienen sentido en el proceso, no son reportajes.
Quinto: conocer y respetar el lenguaje jurídico. Admito que hay resoluciones de difícil comprensión, más que nada por su defectuosa sintaxis o por emplear un lenguaje que va del barroco al churrigueresco; mucho habría que hablar sobre esto. Me refiero a otra cosa. En Derecho hay unos conceptos que es preciso conocer porque de su acertado empleo depende muchas veces la legalidad y sentido de lo resuelto.
Sexto: captar que el Derecho exige estudio. No niego la opinión del profano, ni nos parapetamos en los arcanos de un saber y una jerga excluyentes, pero sí que ese profano tenga en cuenta, por ejemplo, que un juez ha hecho una carrera, opositado una media de cuatro años y pico, más dos de Escuela Judicial. El juez ejerce uno de los tres poderes del Estado, pero es un poder técnico, jurídico; en definitiva, no pueden despacharse con cuatro vulgaridades resoluciones dictadas en asuntos complejos.
Séptimo: saber que los jueces estamos condicionados por lo que piden o dejan de pedir las partes o por lo que indaga la policía. Sería bueno captar que muchas libertades sorprendentes son la consecuencia de detenciones policiales impactantes en lo mediático pero evanescentes en lo jurídico.
Octavo: captar que el Judicial es un Poder dependiente.Su eficacia exige buenas leyes y dinero y ni uno ni otro dependen de los jueces sino del poder político.Es injusto derivar al juez las consecuencias de las leyes o de la falta de medios.
Noveno: captar que el desacuerdo no debe llevar a descalificar a nuestra Judicatura, con olvido de que tiene un buen nivel profesional y ético. Otro gallo nos cantaría si otros ámbitos públicos –y privados– estuviesen a su nivel.
Décimo: captar que mientras que otros servidores públicos salvaguardan su prestigio porque no se mojan, el juez no opina, decide, luego no puede contentar a todos.
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