Alfonso Ussía
Contrito
Me arrepiento. Reconozco mi error. Creo que he sido extremadamente duro con el Presidente Arriola. No he reparado en el inmenso dolor que he podido causar a su encantadora esposa, doña Celia. Me pregunto quién soy yo, que jamás he formado parte de la militancia del Partido Popular – y de ningún otro partido político–, para exigir información transparente de cuánto el Presidente Arriola percibe del tesoro de la caja genovesa. He crecido. Nada tengo que ver con aquel jovenzuelo impertinente que se inmiscuía en las esquinas del prójimo con exasperante frecuencia. No lo haré más.
Pero me permito, muy humildemente, recomendar algo más de información al Partido Popular. Se dice que el Presidente Arriola factura a su partido político un millón de euros cada año. Y que ha cumplido muchos años en el empeño. Nada que objetar. Los grandes políticos llevan en sus actos el riesgo y el peligro. Cuando Aznar le encomendó a Arriola todo el trabajo que hoy sigue facturando, Aznar no se equivocó. Aznar no se ha equivocado jamás, porque nadie como él sabe dónde se ubica la luz del acierto y la nube del error. Y si Arriola decidió que el PP en el País Vasco había de prescindir de María San Gil y demás cavernícolas amenazados de muerte o acosados día tras día por los que hoy representan a Bildu, Arriola tenía razón. Como en Cataluña. Arriola le recomendó a Aznar la foto de las Azores. Y acertó plenamente. Y Arriola, que también entiende de impactos sociales, le hizo ver a Aznar que su hija tenía que casarse en El Escorial, y se casó en El Escorial. Arriola le recomendó a Aznar que designara a dedo a su sucesor, como si Aznar tuviera poderes democráticos para hacerlo. Y Aznar designó a su sucesor, Mariano Rajoy, en el que Arriola había sembrado ya la semilla de la amistad y la confianza. Se produjo un acto horroroso y brutal. Un atentado terrorista de Al Qaeda, cuyos responsables aún se hallan en libertad. Y aquel atentado cambió los argumentos y los impulsos ciudadanos, y el dedo de Aznar se chamuscó. Ganó Zapatero y el PSOE gobernó en España, dejándonos a todos los españoles al borde de la extinción, como sociedad y como nación. Y llegó Rajoy con sus promesas, y los españoles le concedimos la mayoría absoluta, y Rajoy incumplió sus promesas, las más fundamentales, y no lo hizo por ser un mentiroso, sino por su predisposicón, heredada del soberbio Aznar, para convertirse en un súbdito de Arriola. Y Arriola ha hecho con Rajoy lo que le ha dado la gana, pero yo no soy nadie para pedirle explicaciones a quien no ha tenido la consideración de explicarme nada. Eso sí, ha perdido mi voto. Rajoy, por su obediencia a Arriola, ha perdido miles, decenas de miles, centenares de miles y si me apuran, millones de votos. Ignoro su futuro destino, pero ese destino no puede ser el de la traición. Porque Rajoy, aunque no lo crea, nos ha traicionado, quizá involuntariamente, que ahí no me meto. La situación económica que se encontró era pavorosa. Pero los que solucionamos ese pavor hemos sido los españoles, a los que se nos ha exigido un esfuerzo impositivo absolutamente despreciable. Mientras tanto, su obligación de adelgazar los gastos públicos del Estado y de eliminar asesores, canonjías, prebendas, subvenciones y generosidades, se los ha pasado Rajoy por el sonido de su gaita. Y aunque Rajoy, que fue al que elegimos once millones de votantes, es el máximo responsable de cuanto ocurre en España, tenemos el deber los decepcionados de comprender su situación. Gobierna Arriola, y quizá Soraya, y posiblemente Arenas. Y la vida de los indefensos no es fundamental. Y la unidad de España es discutible, y los nacionalismos reciben toda suerte de mimos, porque Arriola, nuestro auténtico Presidente, no cree en España, y sólo se ocupa de su bien personal.
Lo cual me parece muy bien siempre que me lo reconozcan aquellos a los que voté una mañana en la que no había comprendido bien las cosas.
Pido perdón por entrometerme en la fortuna de los Arriola. Hacen bien en forrarse a costa de los majaderos, que como yo, votamos a su subordinado.
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