Historia
Corbatas
«Si las corbatas se vendieran a prueba, devolveríamos todas al día siguiente». Lo escribió Ramón Gómez de la Serna que siempre llevó corbatas feísimas, atroces, como diría el formidable Luis Escobar. En mi armario –y he regalado muchas–, cuelgan más de trescientas corbatas y todas son elegantísimas. De lunares, escocesas, lisas y cazadoras o camperas. Al campo se acude a cazar con corbata, faltaría más. El que no lleva corbata a una montería o una cacería de perdices es un advenedizo. En el siglo anterior garantizaba la seriedad. «Gente seria, con corbata», dejó escrito Unamuno. El padre Federico Sopeña, extraordinario músico y académico de Bellas Artes, visitó en la agonía a Pío Baroja. «Allí estaba don Pío, en la cama, con su boina y su corbata». Tarradellas se negó a estrechar la mano al difunto tonto de Xirinachs, que fue a la Generalidad sin corbata. Y lo del duque de Bedford ya lo he narrado. No pudo cenar en su club, el «Brooks», por presentarse elegantemente vestido pero sin corbata. «Artículo 66. Todos los señores socios están obligados a llevar corbata para acceder al bar, el salón, la biblioteca y el comedor». Al día siguiente se presentó en pelotas y con una corbata al cuello. Y cenó.
Las feministas, con esa obsesión sexual que a muchas de ellas domina, ven en la corbata una agresión fálica. Y en las izquierdas, la corbata está mal vista. Besteiro, Fernando de los Ríos, y Azaña siempre llevaron corbata. Como Lenin, que aún la luce en su momia. Acudir descorbatado a una recepción del Rey es como poco, una falta de educación. No me refiero al cantamañanas de Iglesias, que es un personaje menor que cada día que pasa pierde interés. Me inspiro en Sánchez, que fue el único de los mil quinientos invitados al Palacio Real que se presentó sin corbata. Esa descortesía no legitima la condición izquierdista de Sánchez. Lo que demuestra es una desarrollada querencia a la grosería.
Porque además, estaba cursi. La cursilería se sostiene en la innecesariedad, en el deseo de destacar, en la exhibición de lo grotesco. Sánchez dio la nota, y a esa nota corresponde una matrícula de honor en cursilería. Sánchez es el Secretario General del primer partido de la Oposición. A su lado, correctamente vestidos, Felipe González y Zapatero. Pero alguna de las mujeres de su partido le ha dicho que no lleve corbata, que es de machistas, y Sánchez se lo cree todo. Jugó con la buena educación del Rey, que sí se puso la corbata para recibirlo. La izquierda radical siempre ha tenido manía a la corbata. Se llegó a enviar a las checas y posteriormente a las tapias de los cementerios a inocentes ciudadanos por llevar corbata. –Ese lleva corbata, es un fascista. A por él-.
«El que al llegar a su casa, después de una tensa jornada de trabajo, se quita la corbata, se acopla en los pies unas zapatillas, se desprende de la chaqueta y la sustituye por un batín, y le ruega a su mujer que le prepare una copa con un ‘‘cariño, como siempre, con mucho hielo’’, no puede ser invitado a ningún hogar decente porque es muy capaz de robar algún cubierto o cenicero de plata,cuando no el cuadro del bisabuelo con su uniforme de general de Artillería». Estas sabias palabras que le debemos al marqués de Montesolís (Sevilla 1877/ Madrid 1946) adquieren rabiosa actualidad en el día de hoy, porque después de ver a Sánchez sin corbata en la recepción Real, seguro estoy de que al llegar a casa se acopla unas zapatillas, se ajusta un batín y le dice a su humilde y nada ambiciosa esposa: «Cariño, como siempre, con mucho hielo».
Pongo la mano en el fuego.
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