José María Marco

Corrupción y confianza

A principios de los años 90, la corrupción era un argumento político. Había una alternativa creíble y aunque los socialistas pagaron un precio muy alto por los hechos que protagonizaron entonces, el sistema no estaba tocado. Hoy en día ya no ocurre lo mismo y la corrupción afecta a todos los partidos importantes y contamina el núcleo mismo de un sistema desacreditado. Sin duda la crisis económica ha tenido un efecto demoledor. Ya no hay impunidad ni son tolerables actitudes que hasta hace bien poco casi todo el mundo consideraba aceptables. Ahora bien, incluso descontando este efecto retrospectivo, la corrupción ha dejado de ser un argumento político para convertirse en un argumento antisistema, antipolítico por tanto.

Por eso resulta inquietante que Jesús Posadas, presidente del Congreso, siga asegurando que aquí «el que la hace la paga». Puede ser, pero ya nadie lo cree así, hasta tal punto que una afirmación como esa no hace más que reafirmar la sospecha, convertida en la única actitud moralmente aceptable. Esta misma semana, Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo, ha realizado en LA RAZÓN una excelente reflexión sobre las formas de enfrentarse a la corrupción. Lesmes explicó que el principal instrumento contra ésta, la Ley de Enjuiciamiento Criminal, es una buena ley. Ahora bien, promulgada hace más de un siglo, no permite investigar hechos delictivos que entonces ni existían ni eran imaginables. Con esto puede ocurrir por tanto lo mismo que con la legislación antiterrorista, que por motivos nunca del todo aclarados –sospechosos, por tanto– quedó sin reformar hasta que era tarde.

El Gobierno ha reconocido que el análisis de Carlos Lesmes es correcto. Como se ha dicho en estas mismas páginas, podría ser la base para que los grandes partidos políticos, que por lo sustancial deberían estar de acuerdo en este asunto, adoptaran una política común para investigar de verdad la corrupción actual, no la del siglo XIX. Llega tarde para el presente, pero sería un buen signo, que podría empezar a contrarrestar el descrédito. Otra forma de hacerlo sería empezar a revisar la forma de selección de las élites, algo cuyas deficiencias también han quedado puestas de relieve. Por ejemplo, sería interesante empezar a pensar lo que ocurriría si el Presidente de Gobierno no pudiera designar de hecho, como viene ocurriendo, al Presidente del Congreso. Lo que hasta aquí se consideraba confianza se empieza a ver ahora como una sociedad de seguros mutuos. Sólo se restablecerá la confianza cuando se empiece a confiar de verdad en los demás.