Restringido

Corsé regulatorio

La Razón
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Los primeros días de gobierno de Trump han estado rodeados de una intensa polémica por sus medidas antiglobalización: el republicano no solo ha cargado contra la libertad de movimientos de mercancías sino también contra la ya de por sí muy capitidisminuida libertad de movimientos de personas. En la peor tradición nacionalista, aboga por un mundo donde los tratos de cada estadounidense con el extranjero queden subordinados a lo que el propio Trump juzgue como «interés nacional». Pero entre tanto despliegue de arbitrariedad liberticida, Trump también ha aprobado una orden ejecutiva que engarza con unos saludables principios de regeneración normativa. En concreto, el nuevo presidente ha ordenado a los distintos órganos administrativos del país que por cada nueva regulación que pretendan aprobar deban previamente derogar otras dos. La reforma de Trump forma parte de una muy necesaria ofensiva contra la hiperinflación regulatoria que está machacando a las economías occidentales en general y a la estadounidense en particular: las regulaciones restringen el comportamiento que legítimamente pueden desarrollar los individuos dentro de una sociedad por razones generalmente espurias (caprichos, fobias o intereses del burócrata de turno). Es esa limitación política del espectro de actividades económicas legítimas lo que termina bloqueando artificialmente el aprovechamiento de las incipientes oportunidades de generación de riqueza. Hace bien Trump, por tanto, en tratar de poner coto a esa diarrea regulatoria, pero no deberíamos ser tan ingenuos como para pensar que esta normativa será por sí sola capaz de acabar con la hiperinflación regulatoria. De entrada, basta con observar lo sucedido en otros dos países que, como Canadá y Reino Unido, ya cuentan con disposiciones similares a la dictada por Trump: en ninguno de ellos ha tenido lugar revolución liberal alguna. Además, la propia norma contiene importantes excepciones que limitan su aplicabilidad: no afecta al poder legislativo, ni a los organismos independientes, ni a ciertas materias. Y, por último, es un corsé normativo relativamente fácil de burlar: si un burócrata quiere aprobar la regulación A y no quiere prescindir de las regulaciones B y C, basta con que apruebe una normativa unificada que contenga de tapado las regulaciones A, B y C. En todo caso, bienvenidas sean iniciativas de este tipo dirigidas a limitar el expansionismo regulatorio de los Estados modernos.